¿Por qué estás llorando mamá? ¡Si estoy bien! ¡No me duele nada! Antes si me dolían las piernas y los brazos, y no llorabas. Antes sí que tenía fiebre, y me dabas ese jarabe y se me pasaba. O cuando me sangraba la nariz, y yo lo ocultaba. Y cuando tenía frio en la cama durmiendo, también venías y me tapabas con cuatro mantas. Te escucho llorar, estás triste, aunque yo no te veo. Tengo los ojos cerrados, y no puedo ver nada, pero si te siento. Y te escucho. Estoy aquí dormidito en una cama de un pequeño hospital de la ciudad. A veces viene el médico que me está curando, a la habitación, y os oigo, aunque no entiendo casi nada de lo que decís. Estoy contento porque los médicos han dicho que en cualquier momento me iré, y ahora estoy tranquilito y no estoy sufriendo, aquí acostado en esta cama de hospital. Es verdad, los dolores que tenía antes ya no los tengo, me han pinchado en los brazos no se qué agujas, y me han conectado a una máquina que no hace más que pegar pitidos y ya me tiene harto; pero estoy de maravilla.

No sé por qué, pero de repente giré la cabeza hacia la
puerta, y vi como entraba un niño como yo en la habitación Tenía el mismo color
de piel que yo, morenito, y con la nariz chata, y pelón, como yo.
Hola -me dice.
Hola -le respondo yo.
¿Cómo te llamas? – me pregunta
Femi - le respondo yo- ¿Y tú?
Kif – me responde el.
Hola Kif, ¿qué haces aquí? ¿dónde están tus padres?
Por ahí- me responde el- he venido a jugar contigo.
¿Quieres?
No puedo- le respondo yo- estoy aquí echado en la cama, y no
me puedo mover. Mira, voy a intentar levantar un brazo- hago el esfuerzo, ¡y
claro, lo que yo decía, no puedo!
¿Cuántos años tienes? -me pregunta.
Siete -le respondo yo.
¡Igual que yo! -me contesta Kif antes de darme tiempo a
preguntárselo yo. - ¿Vas a la escuela?
Si, claro- le digo yo muy convencido- ¿Y tú?
¿También, claro! -me respondió él tan convencido como yo-
¿Que significa tu nombre?
Mi nombre completo es Olufemi, que significa ‘Dios me ama’-
le respondo yo con semblante interesante. Es lo que mi mamá me ha dicho siempre-
¿Y a qué quieres que juguemos, Kif?
Kif no me hace caso y me pregunta- ¿Que enfermedad tienes?
Yo me sorprendo por la pregunta, pero le digo lo poquito que sé- Dicen los
médicos que es leucemia aguda, pero me estoy poniendo bien pues los he oído
decir que pronto me iré.
Kif me miraba con ojos picarones, esa mirada que tienen
algunos niños en la escuela, cuando te van a gastar alguna broma. Sonreía, y me
miraba muy fijamente. ¿Quieres que seamos amigos? – me preguntó. ¡Claro! – le
contesté yo encantado. Aquel niño me había caído bien, tenía la sensación de
que íbamos a ser muy buenos amigos. Cuando despierte de este sueño, nos iremos
a jugar juntos al futbol. ¡Y haremos travesuras…! De repente me doy cuenta de
que estoy sonriendo. Y Kif me lo ha notado. Me sonríe también, y me pregunta:
¿en qué piensas? No, nada…- le respondo yo, poniéndome colorado. Pero insistí,
- ¿A qué quieres que juguemos? ¿A qué quieres jugar? -me contestó él. Yo
jugaría al futbol, pero ya te he dicho que no puedo. -tuve que decirle otra
vez. A eso jugaremos después -me dijo él muy serio. Y enseguida volvió a
sonreír. ¿Esa señora es tu mamá? – me preguntó de nuevo señalando a mi madre.
Yo asentí con la cabeza. ¿Y porque está llorando? No lo sé -le contesté yo. No
pude darme cuenta de que mi madre no podía ver a Kif. A eso, empecé a darme
cuenta de que Kif me estaba preguntando muchas cosas. ¿Por qué preguntas tanto?
-le interpelé yo. ¡Curiosidad! -me respondió el con tono interesante. Ahora te
voy a preguntar yo a ti -le ataqué yo con aire desafiante. ¿Tu estas enfermo?
No -me respondió Kif tajante. ¿Entonces que haces aquí? ¿Has venido de visita?
Si -me respondió el. Yo lo miré sorprendido. He venido a verte a ti -me dijo
con media sonrisa en la cara. Yo no salía de mi asombro. ¿Y cómo sabías que
estoy aquí, si no me conoces? Me lo ha dicho un amigo – me contestó el. ¿Quién?
– le interpelé yo con cara de asombro. Es un amigo de los dos, se llama Mungu
-me respondió el ya serio.
Yo me pongo a pensar en mis amigos, y no me viene ninguno
que se llame Mungu. ¿Es de la escuela? le interpelo yo todo inocente. No -me
contesta Kif - ¿has ido alguna vez a la iglesia? Si, con mi mamá, a la capilla
del poblado, pero allí no he visto a ningún niño que se llame Mungu. Pues él
está allí siempre -me respondió Kif. Yo no salía de mi asombro, y puse cara de
sorprendido. No conocía a ningún Mungu. ¿Y cómo sabe ese niño que yo estoy
aquí? -le pregunté. Él lo sabe todo – me contestó Kif muy serio. ¡Aaaaaaahhhh!
-Exclamé yo sumergido en un mar de dudas. Pues cuando despierte y salga de aquí
ya me dirás quién es ese Mungu. Pues pensaba decírtelo ahora -me espetó Kif.
¿Ahora? -le pregunté yo con cara de sorpresa - ¿no ves que no puedo moverme?
De repente, y sin previo aviso, Kif alzó los brazos, y me
cogió de la mano, y me dijo -Levántate ahora y verás como sí que puedes. Yo,
incrédulo, puse cara de desconfianza, y quise insistirle en que no podía
levantarme pues estaba inmóvil en la cama y dormido, pero de repente levanté la
cabeza de la almohada, y no me costó ningún esfuerzo incorporarme, y sentarme
en la cama. El primer sorprendido fui yo. ¡Me había levantado! Kif me miraba
muy sereno, y tranquilo, como si supiera lo que hacía. Una gran alegría me
embargó, me había levantado, y ya me podía ir. Me puse de pie bajo la atenta
mirada de Kif, que me seguía observando con una gran sonrisa en la cara. Ahora
conocerás a Mungu -me dijo Kif muy tranquilo.
Estaba tan emocionado, que no me di cuenta de que empezó a
sonar un pitido continuo, y sin parar, que venía de la máquina a la que estaba
yo enganchado. Giré un momento la cabeza y vi como mi madre, se levantaba
rápidamente y se abrazaba a la cama justo donde estaba yo, y estallaba en
llanto. No pude decir nada, no me salían las palabras. Pero allí estaba Kif,
para tranquilizarme. No te preocupes – me dijo, vamos a conocer a Mungu. Y me
cogió de la mano y yo, obediente le seguí. Vi como entraban apresuradamente en
la habitación varias personas con bata blanca, pero yo iba a lo mío. Mi buen
amigo Kif me guiaba, estaba tranquilo. Al salir de la habitación, Kif se volvió
a mí y me dijo: ahora vamos a jugar ese partidito de futbol, ¿quieres? Claro
que sí, le confirmé yo, loco de contento. Y vamos a ser amigos para siempre.
No habíamos andado dos pasos cuando de repente se nos
apareció un niño, era Mungu
¿Ves como si lo conocías? -me dijo Kit.
Es verdad, lo he visto muchas veces en la capilla de mi
poblado – le dije yo confiado, y avancé hacia él, con toda tranquilidad, y en paz.

Según la Organización Mundial de la Salud, se estima que cada año unos 400,000 niños y adolescentes de entre 0 y 19 años padecen cáncer. Los tipos de cáncer infantil más comunes son las leucemias, los cánceres cerebrales, los linfomas y tumores sólidos como el neuroblastoma y los tumores de Wilms.
En los países de ingresos altos, donde en general hay acceso
a servicios de atención integral, más del 80% de los niños afectados de cáncer
se curan. Sin embargo, en los países de ingresos bajos o medianos se curan
menos del 30%.
Las defunciones evitables por cáncer infantil en los países
de ingresos bajos o medianos obedecen a la falta de diagnóstico, a diagnósticos
incorrectos o tardíos, a las dificultades para acceder a la atención sanitaria,
al abandono del tratamiento, o a problemas de toxicidad.
La IA no pudo encontrar un número exacto de cuántos niños
mueren por cáncer cada año en el mundo. Sin embargo, la Organización Mundial de
la Salud prevé que el número de muertes por cáncer infantil se incrementará en
un 2.3% entre 2020 y 2040.
¡¡Hasta la próxima!!