Valenciano de nacimiento, y navarro de adopción, soy Aurelio, tengo 59 años, vivo en pareja en un pueblo de la comarca de Pamplona, y mis nietos me llaman Yeyo, ¡Ojo!, no confundir con Yayo, no es lo mismo, leer mis contenidos y lo entenderéis.

Mi experiencia en el hospital

 

A lo largo de mi vida, me he enfrentado a diversas situaciones que han puesto a prueba mi fortaleza emocional y física, y no me las quiero dar de nada, pero mal que bien, he sabido superarlas. Desde bien niño, mis padres me enseñaron a ser fuerte, emocionalmente, y aun con los miedos normales ante situaciones nuevas, enfrentarme a ellas, y sortearlas, con más o menos éxito. Así se ha desarrollado mi vida, sorteando cualquier inconveniente que se me presentara.

No sé si serán los años, y me estoy haciéndome más débil, pero pocas experiencias me han hecho sentir tan vulnerable como mi reciente estancia en el hospital. Supongo que algunos de vosotros, lectores, ya sabéis que me han hecho una intervención quirúrgica delicada, en la que me han cortado un pedazo de colon, que me estaba dando muchos problemas, y han cosido los dos extremos sueltos. Ahora tengo una recuperación lenta, pero con paciencia, y reposo, la superaré. Esta experiencia no solo me mostró la fragilidad de la vida, sino que también me hizo reflexionar sobre la vulnerabilidad humana y el sistema de salud. En este artículo, compartiré mis sentimientos y pensamientos durante este periodo, desde la intervención quirúrgica hasta los momentos más íntimos de mi recuperación.

Hombre en el hospital

Desde el momento en que ingresé al hospital, me sentí expuesto y vulnerable. La rutina hospitalaria, con sus procedimientos médicos y la constante intervención del personal, erosionó mi sentido de autonomía y privacidad. Llegué con la preocupación de una intervención quirúrgica en el colon, sin saber lo que me esperaba en términos de cuidados y manipulación postoperatoria. Pero antes de la operación, ya empezó ese sentimiento de fragilidad. Primero me tenía que poner un camisón de color azul, cerrado por delante y abierto por detrás, aunque con cordones para poder atártelo. Pero era tal el trasiego que sufría por parte del personal del hospital, que no merecía la pena atarlo. Al quedar expuesto todo mi cuerpo, y mostrar mi desnudez a personas ajenas, es donde empezaba a sentirme indefenso ante esas hordas de enfermeras que venían a hacerme cualquier tratamiento. Después, me afeitaron la zona del abdomen, normalmente cubierto de pelo, pero que ahora parecía un niño pelón, quedando de un aspecto ridículo. Y finalmente me dejaron sin comer desde la última hora de la tarde hasta el momento de la intervención.

La cirugía en sí misma fue un punto crítico de vulnerabilidad. La sensación de entrega total a manos de los médicos y el equipo quirúrgico creó en mí una profunda sensación de indefensión. Me llevaban a donde querían, me hacían esperar sin ningún miramiento, y finalmente me dormían, con el objetivo de disponer de mi cuerpo con total libertad. La verdad, no me enteré de nada. Despertar de la anestesia y encontrarme en la sala de recuperación, con tubos y vías intravenosas conectadas a mi cuerpo, solo intensificó esta sensación de inseguridad. El sopor, y el letargo que tenía encima, al despertar de la anestesia, me hacía sentirme más entregado a las manos de todo el personal hospitalario. Incluso el camillero, en su recorrido de la sala de despertar a la habitación, parecía querer insuflarme esa sensación de control sobre mi cuerpo, pues sentía todos los golpes que daba la camilla, en todo mi cuerpo y me hacían sentirme dolorido, aunque sin capacidad de protestar, pues el adormecimiento no me permitía reaccionar. Hasta ahí llegaba mi fragilidad. El primer día después de la intervención, solo era un monigote en manos de las enfermeras. Tenía vías por el brazo, a las cuales se enganchaban varios goteros, drenaje desde la tripa para expulsar líquidos corporales sobrantes, sonda desde la vejiga para orinar, en fin, era un pelele, incapaz de poder siquiera moverme. Ese primer día, no estaba lúcido, pues me vencía el sueño, y era incapaz de articular palabra o de abrir los ojos. Fue a partir del segundo día, cuando siendo ya más consciente de lo que se movía a mi alrededor, empecé a sentir esa humillación. Viendo que era imposible rebelarme a ese control férreo al que me sometían tanto médicos como enfermeras, no pude por menos que rendirme a la evidencia, y al enorme poder que ejercían sobre mí, todas aquellas personas que me manipulaban a su antojo, de forma vil y cruel. Y decidí someterme a su capricho. ¡¡Que hicieran conmigo lo que quisieran!!

Yo siempre he valorado mucho mi libertad, mi capacidad para hacer lo que siempre he querido, siempre con las limitaciones que te impone la sociedad, ya sean laborales, y otras facetas de la vida como son tu pareja, tus hijos, y las relaciones sociales. Pero siempre me he considerado libre. Y no he permitido nunca que nadie me imponga lo que yo tengo que hacer. Hasta ahora. Ese sentimiento de fragilidad que me ha embargado durante toda la estancia en el hospital, y parte de mi convalecencia en casa, me ha hecho pensar en lo poquita cosa que somos, desde el punto de vista de la salud. Nos las damos de fuertes, y no somos nada. Nos las damos de valientes, y a la mínima que nos vienen mal dadas, nos acobardamos. Eso es lo que me ha pasado a mí. Me creía sano, me creía fuerte, me creía inmortal. Y no es verdad. La vida te puede tratar mejor o peor, pero somos frágiles, débiles, blandos, por mucho que nos creamos. No se si desde ahora, cambiaré mi forma de ver las cosas, o seguiré pensando que soy valiente, como antes; pero lo que si estoy seguro, es que mi percepción de lo que es la vida, si que va a cambiar, y que cualquier día nos da un yuyu, y nos vamos al otro barrio. Así que disfrutemos mientras podamos, que ya nos llegará la hora, y esa no avisa. Cuando nos tenga que llegar, nos llegará.

Y, para terminar, quiero advertir a todo el que me lea, que este artículo tiene un punto de ironía, que quiero que se note. Desde luego, mi eterno agradecimiento a todo el personal del Hospital de Navarra de Pamplona, concretamente a la planta de cirugía, la H3, que se han portado conmigo, magníficamente bien, y me han demostrado que son unos profesionales como la copa de un pino. Por poner un punto negativo, las habitaciones son muy pequeñas, y agobiantes, y de ese detalle, alguien debería tomar nota. Por lo demás, todo fue bastante bien, y ahora mismo estoy en casa, convaleciente, pero recuperándome poco a poco. Y por supuesto, un reconocimiento enorme a mi mujer, que me ha acompañado en todo momento, y sigue haciéndolo, en toda mi estancia en el hospital, y en mi convalecencia. 

¡¡Hasta la próxima!!

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4 comentarios:

  1. Hola Aurelio. Te agradezco que hayas expresado tus sentimientos y sensaciones en el hospital. Cómo sanitaria, me vendría muy bien que nos dijeses cómo te habrías sentido más cómodo y menos vulnerable? Si se puede mejorar, por qué no hacerlo? Muchas gracias
    Pd. Supongo que eras informado siempre de todos los procedimientos que se te hacían, verdad? Cómo te hubieses sentido mejor?

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    1. Hola, anónima, gracias por tu comentario. Me alegra que como sanitaria, quieras mejorar el trato al paciente, para que se sienta mejor. Eso dice mucho y muy bueno de tu profesionalidad. En cuanto a mi, no te preocupes, todo el personal que me trató, lo hizo de forma muy cuidadosa, y muy atenta, no tengo ninguna queja al respecto. Mis sensaciones en mi estancia en el hospital, se deben mas a mis propias impresiones que al trato del personal. Es mas cosa mía, y por tanto algo inevitable. Nunca me había sentido emocionalmente así, era la primera vez que me ocurría y lo achaco a la fragilidad que me hizo descubrir una intervención quirúrgica en mi cuerpo, y entender lo débiles que podemos llegar a ser, pues un pequeño error en la operación, podría acabar en mi muerte. Ese es el sentimiento que me embargaba, y es el que os he transmitido en el post. El personal sanitario no teneis ninguna culpa ni podeis hacer mas de lo que ya humanamente habeis hecho ya. Gracias por tu trabajo. Y gracias por tu tiempo.

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  2. Merci d'avoir partagé cette épreuve douloureuse, j'espère que vous allez bien et que vous irez de mieux en mieux, et merci pour vos playlists.

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    1. Merci, anonyme, pour votre intérêt. Oui, je m’améliore de jour en jour et je m’améliore à chaque fois. Je suis heureux que vous aimiez mes playlists. Je vous invite à visiter La Playlist del Yeyo quand vous le souhaitez et à profiter de sa musique. Petit à petit, il grandit et s'améliore, alors n'hésitez pas à le visiter. Merci.

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