Si quieres tener una perspectiva temporal correcta de este capítulo de mi vida, te invito a que leas antes, el capítulo ‘Valencia’, y el capítulo ‘Lezuza’, en donde pongo en antecedentes todo lo que a continuación voy a exponer. De esta forma, tendrás una perspectiva cronológica ordenada de la sucesión de los hechos, que estoy relatando en este pequeña narración biográfica.
Llegué a Novelda, siguiendo a una mujer, Rosa, a quien
conocí en Lezuza, y caí enamorado locamente de ella. Era muy joven, inexperto,
y sin experiencia en la vida, pero sabía lo que sentía por ella. Vivía en mi
casa, en Valencia, una situación bastante dura con mi padre, y eso junto a que
quería estar con ella, que vivía en Novelda, hizo que, en un arranque de valor,
me cogiera una bolsa de deporte con cuatro prendas de ropa, y mi aseo, y me
plantara en Novelda, para estar con ella. Ese verano mismo ya había estado en
su casa trabajando en el campo, poniendo sacos a la uva de mesa, tan típica de
allí. Así que, tras ese arrebato, me planté allí de nuevo. Rosa me apoyó, y sus
padres no tuvieron más remedio que aceptarlo. Aun así, me matriculé en la
facultad de derecho de Alicante, para intentar seguir los estudios que había
empezado en Valencia, y residí durante ese curso en un piso de estudiantes en
Alicante, en el barrio de Las Carolinas. No tuve éxito en el curso, y dejé de
estudiar y me planteé el empezar a trabajar, para comenzar una vida nueva junto
a Rosa. Mi suegra me encontró un trabajo en una fábrica, Visemar, y así empezó
mi vida laboral en Novelda.

Quiero hacer un alto para hablar de la familia de Rosa. No tengo más que buenas palabras para ellos. Les debo mucho, su influencia me cambió la perspectiva que yo tenía de la vida; aprendí junto a ellos, que hay que trabajar duro si quieres tener algo, trabajar, trabajar, y trabajar. Son gente sencilla, humilde, trabajadora, pero a la vez nobles, de buen corazón, y eran felices con lo poco que tenían, y no necesitaban más. El hombre que hoy en día soy, se lo debo a ellos en buena medida; aunque la vida te va enseñando a modelar tu personalidad y carácter, día a día, y durante toda la vida, ellos me influyeron mucho, y me enseñaron mucho de lo que hoy en día sé. Quiero tener un especial recuerdo para mi suegra, Antonia, una mujer como pocas. Valiente, trabajadora, sencilla, campechana, y muy fuerte, no he conocido mujer con tanta fortaleza como ella. Y por supuesto, tengo muy buenos recuerdos del resto de la familia, de mi suegro Raimundo, ‘Morcillo’, como le llamaba todo el mundo; de mi cuñada, Mayte, genio y figura; de la abuela Lucía, imagen y espejo en el que se miraba su hija, mi suegra; o el tío Daniel, más bueno que el pan, que cuando era joven por culpa de un accidente, quedó incapacitado de por vida. En general, quiero agradecerles todo lo que han aportado a mi vida, y en mi forma de ser, que es mucho.
Y Rosa, que era una
chica que me encandiló desde el principio, muy buena, trabajadora, simpática,
me agradó su forma de hablar, de actuar, de ser; su madurez, para un chico
inexperto como yo, por entonces, me atrajo sobremanera. Y me enamoré de ella. Y
nos casamos. Y la quise durante muchos años. Fuimos muy felices, nos queríamos,
y disfrutamos el uno del otro, durante años. Compramos un piso en Novelda junto
a sus padres, y allí vivimos nuestro amor. Incluso tuvimos un perrito, Bandy,
le llamábamos.
En Novelda, he vivido momentos muy felices, algunos los más
felices de mi vida, y otros muy amargos. Y Novelda me atrapó, sus gentes
trabajadoras, divertidas; sus calles, plazas, monumentos; su castillo de la
Mola, un enclave moro; el santuario de Santa María Magdalena, una preciosa joya
arquitectónica, de estilo modernista, y digno de visitar si pasas por la Vall
del riuVinalopó. El Casino, la Glorieta, el Ayuntamiento, la casa museo
modernista, la iglesia de San Pedro, en fin, muchas cosas que ver. Tengo buenos
recuerdos de la plaza, el mercadillo que se pone alrededor del mercado, los
miércoles y los sábados; de las fiestas de los barrios, San Roque, Las Orcas, y
como no, de los Moros y Cristianos, fiesta sin igual, que aprendí a conocer y a
querer, en Novelda. Disfruté mucho con los desfiles, las filás, las comparsas, los
preciosos trajes de moros, y de cristianos; en fin, pude comprobar que el
pueblo noveldero sabe disfrutar y pasárselo bien.
Hice amigos; mejor dicho, Rosa me los presentó. Tengo muy
buenos recuerdos de Luis y Magüi, Jose y Madalena, Manolo y Marisa, y como no,
de mi abogado, Jose Mari, y Marisa, su mujer, que sé que me están leyendo en
estos momentos. Un abrazo, Jose Mari, y dale un beso a tu mujer y a tus hijos
de mi parte. Con esta gente, solo hacía falta tomarnos algún cacharro que otro,
y las risas y la diversión estaban aseguradas. ¡Que buenos tiempos!
En el aspecto laboral, trabajé como un año y medio en
Visemar, donde me había colocado mi suegra, y después, gracias a mis
conocimientos de contabilidad, pude compatibilizar momentos en paro con
trabajos en oficinas, incluso en una empresa de calzados en Elda, y en la
pastelería El Molino, donde pude conocer al patriarca Francisco, y a todos sus
hijos, eran 7. También trabajé una temporada en la Cooperativa Santa María
Magdalena, a las órdenes de Luis Escolano.
Entonces me llegó el momento más feliz de mi vida. Rosa se
quedó embarazada, y allá a finales de mayo, nació Alejandro, mi pequeño. Era el
súmmum de la felicidad, tener a mi bebé en mis brazos, era la felicidad
completa. Acompañé a Rosa en el parto y enseguida que dejaron a Alejandro en el
moisés de metacrilato, me fui a él, a darle la bienvenida a este mundo. Es un
momento que no olvidaré nunca.

Al aumentar la familia, también aumentaban las necesidades a cubrir, por lo que me hice autónomo, compré un furgón, y me lancé a la carretera a repartir paquetería. Es cuando conocí la provincia de Alicante, una terreta, muy variada, bonita, árida, agrícola, tenía de todo, y la ciudad de Alicante, preciosa. No me fue mal, estuve 3 años como autónomo, y después pasé a trabajar por cuenta de la empresa, los años siguientes. También tengo buenos recuerdos de mis compañeros de trabajo, como Cele, Juan Luis, Teo, o mi compi, Iván.
Tengo buenos
recuerdos de cuando mi hijo empezó a ir a la guardería, luego al colegio
Oratorio Festivo, todos los amigos que hizo allí, que aún mantiene, y la
amistad que hicimos con los padres. Fueron tiempos bonitos.
Pero cuando llegas a un punto álgido, lo que viene después
suele ser de caída. Al mismo tiempo que disfrutaba de la infancia de mi hijo,
también iba disminuyendo el amor que sentía por Rosa. No lo vi en esos
principios, pero cuando me quise dar cuenta, ya era tarde. Quise reconducir la
situación, pero cuando los sentimientos han cambiado, es muy difícil
corregirlos. Era el desamor, que me estaba embargando. Ella no tenía nada que
ver, o quizá sí. Una relación es cosa de dos, y a ambos les corresponde mantener
la llama encendida. Pero ella no lo vio venir, y por eso es la que más sufrió.
Y bien que lo siento.
Tuvimos una pequeña interrupción de la convivencia, de unos
meses, que, en realidad, supuso una confirmación del sentimiento de desamor que
me invadía. Pero volví con ella, y no sé por qué, quizá por mi hijo, que no
entendía nada, y no quería hacerle sufrir. Pero ya no fue lo mismo. Al poco
tiempo, conocí por internet a la que hoy es mi pareja, y volvió a surgir en mí
la chispa del amor; volví a sentir el estar enamorado, era un sentimiento muy
fuerte, que crecía más y más en mi interior; pero era un amor prohibido, debía
mantenerlo en secreto, no podía mostrárselo a nadie, y menos a Rosa. Fue cuando
surgieron en mi las enormes dudas que me ahogaban por entonces: ¿debía seguir
con mi matrimonio, por mi hijo y ser infeliz el resto de mi vida? ¿O debía
seguir mi corazón y marcharme con Ella, y ser feliz, dejando a mi hijo atrás?
Lo que si tenía claro era que no debía seguir con Rosa, por coherencia, y por
qué, si no quieres a alguien, es mejor dejarla, y no hacerla más infeliz
todavía. ¿Pero y mi hijo? Esa decisión si fue dolorosa para mí. Y decidí,
marcharme, dejándolo con su madre, y con su familia. Esa decisión me arrancó el
alma. Y la he ido arrastrando el resto de mi vida, hasta hoy. No me he arrepentido nunca de esa decisión,
pero si he tenido dolor de alma por la ausencia de mi hijo.
Rosa y yo nos separamos, fue un final de año muy doloroso,
ella me pidió que no los abandonara todavía, hasta que no pasaran las
navidades, y las disfrutara con mi hijo, y así lo hice. No fueron unas
navidades especialmente divertidas, con mi hijo siempre he disfrutado las
navidades. Pero si recuerdo que lo pasé bien con él y mal conmigo mismo. Pero
la decisión estaba tomada, y yo quería irme.
Le debo mucho a Novelda, allí pasé 14 años de mi vida, y aprendí a vivir, a trabajar,
formé una familia, fui feliz, y con eso me quedo. Siempre tendré un buen
recuerdo de Novelda, y una gran dosis de gratitud. Allí vive lo mas preciado de
mi vida, que es mi hijo; después he vuelto muchas veces, pero ya solo de visita,
a verle. El me cuenta cosas de Novelda, es muy festero, le gusta mucho la
fiesta, como buen noveldero, y es trabajador como su madre, por lo que estoy
muy orgulloso de él, y muy agradecido a ella por lo bien que lo ha educado.
La mañana del 12 de enero, fue muy dura, tenía preparado
todo para la marcha, y cuando me iba a ir, entré en la habitación de mi hijo, a
despedirme. Él dormía como un angelito. Le dije adiós, le di un beso y una
lágrima recorrió mi mejilla. No quise mirar atrás, cogí el coche, a las 6 de la
mañana, y me dirigí a mi nueva vida.
Marchaba hacia Navarra donde vivía Ella, y le decía adiós a
Novelda.
Pero lo que viene lo contaré en otro artículo.
¡¡Hasta la próxima!!