Valenciano de nacimiento, y navarro de adopción, soy Aurelio, tengo 59 años, vivo en pareja en un pueblo de la comarca de Pamplona, y mis nietos me llaman Yeyo, ¡Ojo!, no confundir con Yayo, no es lo mismo, leer mis contenidos y lo entenderéis.

Novelda

   Si quieres tener una perspectiva temporal correcta de este capítulo de mi vida, te invito a que leas antes, el capítulo ‘Valencia’, y el capítulo ‘Lezuza’, en donde pongo en antecedentes todo lo que a continuación voy a exponer. De esta forma, tendrás una perspectiva cronológica ordenada de la sucesión de los hechos, que estoy relatando en este pequeña narración biográfica.

   Llegué a Novelda, siguiendo a una mujer, Rosa, a quien conocí en Lezuza, y caí enamorado locamente de ella. Era muy joven, inexperto, y sin experiencia en la vida, pero sabía lo que sentía por ella. Vivía en mi casa, en Valencia, una situación bastante dura con mi padre, y eso junto a que quería estar con ella, que vivía en Novelda, hizo que, en un arranque de valor, me cogiera una bolsa de deporte con cuatro prendas de ropa, y mi aseo, y me plantara en Novelda, para estar con ella. Ese verano mismo ya había estado en su casa trabajando en el campo, poniendo sacos a la uva de mesa, tan típica de allí. Así que, tras ese arrebato, me planté allí de nuevo. Rosa me apoyó, y sus padres no tuvieron más remedio que aceptarlo. Aun así, me matriculé en la facultad de derecho de Alicante, para intentar seguir los estudios que había empezado en Valencia, y residí durante ese curso en un piso de estudiantes en Alicante, en el barrio de Las Carolinas. No tuve éxito en el curso, y dejé de estudiar y me planteé el empezar a trabajar, para comenzar una vida nueva junto a Rosa. Mi suegra me encontró un trabajo en una fábrica, Visemar, y así empezó mi vida laboral en Novelda.

Vistas de Novelda

   Quiero hacer un alto para hablar de la familia de Rosa. No tengo más que buenas palabras para ellos. Les debo mucho, su influencia me cambió la perspectiva que yo tenía de la vida; aprendí junto a ellos, que hay que trabajar duro si quieres tener algo, trabajar, trabajar, y trabajar. Son gente sencilla, humilde, trabajadora, pero a la vez nobles, de buen corazón, y eran felices con lo poco que tenían, y no necesitaban más. El hombre que hoy en día soy, se lo debo a ellos en buena medida; aunque la vida te va enseñando a modelar tu personalidad y carácter, día a día, y durante toda la vida, ellos me influyeron mucho, y me enseñaron mucho de lo que hoy en día sé. Quiero tener un especial recuerdo para mi suegra, Antonia, una mujer como pocas. Valiente, trabajadora, sencilla, campechana, y muy fuerte, no he conocido mujer con tanta fortaleza como ella. Y por supuesto, tengo muy buenos recuerdos del resto de la familia, de mi suegro Raimundo, ‘Morcillo’, como le llamaba todo el mundo; de mi cuñada, Mayte, genio y figura; de la abuela Lucía, imagen y espejo en el que se miraba su hija, mi suegra; o el tío Daniel, más bueno que el pan, que cuando era joven por culpa de un accidente, quedó incapacitado de por vida. En general, quiero agradecerles todo lo que han aportado a mi vida, y en mi forma de ser, que es mucho.

    Y Rosa, que era una chica que me encandiló desde el principio, muy buena, trabajadora, simpática, me agradó su forma de hablar, de actuar, de ser; su madurez, para un chico inexperto como yo, por entonces, me atrajo sobremanera. Y me enamoré de ella. Y nos casamos. Y la quise durante muchos años. Fuimos muy felices, nos queríamos, y disfrutamos el uno del otro, durante años. Compramos un piso en Novelda junto a sus padres, y allí vivimos nuestro amor. Incluso tuvimos un perrito, Bandy, le llamábamos.

   En Novelda, he vivido momentos muy felices, algunos los más felices de mi vida, y otros muy amargos. Y Novelda me atrapó, sus gentes trabajadoras, divertidas; sus calles, plazas, monumentos; su castillo de la Mola, un enclave moro; el santuario de Santa María Magdalena, una preciosa joya arquitectónica, de estilo modernista, y digno de visitar si pasas por la Vall del riuVinalopó. El Casino, la Glorieta, el Ayuntamiento, la casa museo modernista, la iglesia de San Pedro, en fin, muchas cosas que ver. Tengo buenos recuerdos de la plaza, el mercadillo que se pone alrededor del mercado, los miércoles y los sábados; de las fiestas de los barrios, San Roque, Las Orcas, y como no, de los Moros y Cristianos, fiesta sin igual, que aprendí a conocer y a querer, en Novelda. Disfruté mucho con los desfiles, las filás, las comparsas, los preciosos trajes de moros, y de cristianos; en fin, pude comprobar que el pueblo noveldero sabe disfrutar y pasárselo bien.

   Hice amigos; mejor dicho, Rosa me los presentó. Tengo muy buenos recuerdos de Luis y Magüi, Jose y Madalena, Manolo y Marisa, y como no, de mi abogado, Jose Mari, y Marisa, su mujer, que sé que me están leyendo en estos momentos. Un abrazo, Jose Mari, y dale un beso a tu mujer y a tus hijos de mi parte. Con esta gente, solo hacía falta tomarnos algún cacharro que otro, y las risas y la diversión estaban aseguradas. ¡Que buenos tiempos!

   En el aspecto laboral, trabajé como un año y medio en Visemar, donde me había colocado mi suegra, y después, gracias a mis conocimientos de contabilidad, pude compatibilizar momentos en paro con trabajos en oficinas, incluso en una empresa de calzados en Elda, y en la pastelería El Molino, donde pude conocer al patriarca Francisco, y a todos sus hijos, eran 7. También trabajé una temporada en la Cooperativa Santa María Magdalena, a las órdenes de Luis Escolano.

   Entonces me llegó el momento más feliz de mi vida. Rosa se quedó embarazada, y allá a finales de mayo, nació Alejandro, mi pequeño. Era el súmmum de la felicidad, tener a mi bebé en mis brazos, era la felicidad completa. Acompañé a Rosa en el parto y enseguida que dejaron a Alejandro en el moisés de metacrilato, me fui a él, a darle la bienvenida a este mundo. Es un momento que no olvidaré nunca.

Mi hijo Alejandro en mi casa de Novelda

   Al aumentar la familia, también aumentaban las necesidades a cubrir, por lo que me hice autónomo, compré un furgón, y me lancé a la carretera a repartir paquetería. Es cuando conocí la provincia de Alicante, una terreta, muy variada, bonita, árida, agrícola, tenía de todo, y la ciudad de Alicante, preciosa. No me fue mal, estuve 3 años como autónomo, y después pasé a trabajar por cuenta de la empresa, los años siguientes. También tengo buenos recuerdos de mis compañeros de trabajo, como Cele, Juan Luis, Teo, o mi compi, Iván.

   Tengo buenos recuerdos de cuando mi hijo empezó a ir a la guardería, luego al colegio Oratorio Festivo, todos los amigos que hizo allí, que aún mantiene, y la amistad que hicimos con los padres. Fueron tiempos bonitos.

   Pero cuando llegas a un punto álgido, lo que viene después suele ser de caída. Al mismo tiempo que disfrutaba de la infancia de mi hijo, también iba disminuyendo el amor que sentía por Rosa. No lo vi en esos principios, pero cuando me quise dar cuenta, ya era tarde. Quise reconducir la situación, pero cuando los sentimientos han cambiado, es muy difícil corregirlos. Era el desamor, que me estaba embargando. Ella no tenía nada que ver, o quizá sí. Una relación es cosa de dos, y a ambos les corresponde mantener la llama encendida. Pero ella no lo vio venir, y por eso es la que más sufrió. Y bien que lo siento.

   Tuvimos una pequeña interrupción de la convivencia, de unos meses, que, en realidad, supuso una confirmación del sentimiento de desamor que me invadía. Pero volví con ella, y no sé por qué, quizá por mi hijo, que no entendía nada, y no quería hacerle sufrir. Pero ya no fue lo mismo. Al poco tiempo, conocí por internet a la que hoy es mi pareja, y volvió a surgir en mí la chispa del amor; volví a sentir el estar enamorado, era un sentimiento muy fuerte, que crecía más y más en mi interior; pero era un amor prohibido, debía mantenerlo en secreto, no podía mostrárselo a nadie, y menos a Rosa. Fue cuando surgieron en mi las enormes dudas que me ahogaban por entonces: ¿debía seguir con mi matrimonio, por mi hijo y ser infeliz el resto de mi vida? ¿O debía seguir mi corazón y marcharme con Ella, y ser feliz, dejando a mi hijo atrás? Lo que si tenía claro era que no debía seguir con Rosa, por coherencia, y por qué, si no quieres a alguien, es mejor dejarla, y no hacerla más infeliz todavía. ¿Pero y mi hijo? Esa decisión si fue dolorosa para mí. Y decidí, marcharme, dejándolo con su madre, y con su familia. Esa decisión me arrancó el alma. Y la he ido arrastrando el resto de mi vida, hasta hoy.  No me he arrepentido nunca de esa decisión, pero si he tenido dolor de alma por la ausencia de mi hijo.

   Rosa y yo nos separamos, fue un final de año muy doloroso, ella me pidió que no los abandonara todavía, hasta que no pasaran las navidades, y las disfrutara con mi hijo, y así lo hice. No fueron unas navidades especialmente divertidas, con mi hijo siempre he disfrutado las navidades. Pero si recuerdo que lo pasé bien con él y mal conmigo mismo. Pero la decisión estaba tomada, y yo quería irme.

   Le debo mucho a Novelda, allí pasé 14 años de mi vida, y aprendí a vivir, a trabajar, formé una familia, fui feliz, y con eso me quedo. Siempre tendré un buen recuerdo de Novelda, y una gran dosis de gratitud. Allí vive lo mas preciado de mi vida, que es mi hijo; después he vuelto muchas veces, pero ya solo de visita, a verle. El me cuenta cosas de Novelda, es muy festero, le gusta mucho la fiesta, como buen noveldero, y es trabajador como su madre, por lo que estoy muy orgulloso de él, y muy agradecido a ella por lo bien que lo ha educado.

   La mañana del 12 de enero, fue muy dura, tenía preparado todo para la marcha, y cuando me iba a ir, entré en la habitación de mi hijo, a despedirme. Él dormía como un angelito. Le dije adiós, le di un beso y una lágrima recorrió mi mejilla. No quise mirar atrás, cogí el coche, a las 6 de la mañana, y me dirigí a mi nueva vida.

Marchaba hacia Navarra donde vivía Ella, y le decía adiós a Novelda.

Pero lo que viene lo contaré en otro artículo.

¡¡Hasta la próxima!!




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Lezuza

Lezuza es un pequeño pueblo de la provincia de Albacete, con poco más de 1.000 habitantes, y que está situado en el centro de un polígono cuyos vértices serían los pueblos de Munera, El Bonillo, El Ballestero, Balazote, y Barrax. Es el pueblo donde nació mi padre, y toda su familia. Y el pueblo donde yo he pasado mis vacaciones de verano, desde que era niño, hasta que me casé. Allí tenía mucha familia, tanto la que vivía allí, (mi tío Juanito, y mi tía Encarna), como los que emigraron fuera, ya sea a Valencia, como mi tío Daniel, o mi tía Sole, ya sea a Elda, mi tío Francisco, a Mula, como mi tía Lola, o a Barcelona como mi tío Manuel. Y por supuesto no me quiero olvidar de todos mis primos, repartidos por media España. Quiero enumerarlos a todos: Loli, Ramón, Filemón, Pedro Juan, Emilín, Paqui, Juan Ramón, Paquito, Cati, Pedro Juan, Jose, Marien, Paco, Daniel, Ramon, Francisco Daniel, Encarnita, María, Dani y Juan Carlos. A los que vivían en Valencia, coincidí con ellos alguna vez o en mi casa o en la suya. Pero al resto, a muchos de ellos, nos veíamos en Lezuza, de vez en cuando, Incluso a algunos no los he visto casi nunca, pues estábamos bastante distanciados.


Empecé a ir al pueblo cuando tenía 10 años, allá por los años 70. Y desde entonces, todos los meses de agosto, los pasábamos allí. Íbamos a una casa que nos dejaba la tía María Luisa, una tía millonaria de mi padre, para que se aireara un poco. Esta casa estaba en la calle Mayor 19, y pronto hicimos amistad con otras niñas de la calle, como Charo o Vicenta. Yo llevaba una camiseta de mi primo Alejandro, que llevaba serigrafiado su nombre, Alex. Y claro, en el pueblo algunos empezaron a conocerme como Alex. Y aún hoy, me siguen recordando así.

Antigua torre del ayuntamiento

Tengo un gran recuerdo de Lezuza, de sus paisajes, de sus gentes, de su gastronomía, todo era bueno allí. Visitábamos el castillo, el cementerio, la ermita, los ojuelos, el rio arriba, la chopera, la iglesia, sus calles, sus cuestas y como no, los bares, el bar de Paquillo, el teleclub, el bar del Curro, y con el tiempo, la discoteca, la piscina, el pub de Juan, etc. También tengo muy buenos recuerdos de los gazpachos que comíamos, de las gachas, del morro, o del atascaburras, aunque este plato era más de invierno. ¡Y qué decir del dulce! en los hornos de los torteros, o de Herminio, hacían unas madalenas deliciosas, y una soyapa exquisita. Daría cualquier cosa por volver a probarlos.

En cuanto a las gentes de allí, eran entrañables, sencillos, trabajadores, buena gente, en definitiva. Con quien más relación tuve fue con los amigos de mis padres, recuerdo a Enrique y María Joaquina, a Profi, a Isabelo el de la fragua, o Manolo Andujar y Rosalía, por ejemplo, o a los padres de mis amigos, como Plácido y Emilia, de quienes guardo un gran recuerdo, o Paco y Anne, o tantos otros, la mayoría de ellos, ya no están entre nosotros; mí ya corta memoria no alcanza a recordar. Pido perdón a quien se sienta ofendido por no citarlo aquí. Lo siento de veras. Si es así, le ruego me lo indique en un comentario o en el formulario de contacto.

Plaza del ayuntamiento de Lezuza

¡Y qué decir de los amigos que hice en Lezuza! Son lo mejor que me he llevado del pueblo. Tener su amistad, ha sido para mí, una gran satisfacción, uno de esos placeres, que no se olvidan mientras vivas. Los tengo a todos en un rinconcito de mi corazón. Sobre todo, a mi hermano Fede, que aparte de hermano, era mi gran amigo. Y después venían todos los demás. Estaba Jose, mi buen amigo Jose, al que quiero mucho, con el que también quedábamos en Valencia pues él también era de allí. O Cristóbal, un madrileño muy heavy, con su pelo a lo afro. O dos vascos noblotes como eran los donostiarras, Patxi y Nacho, hermanos, y mal avenidos, todos recordamos las peleas que mantenían constantemente…🤣🤣. También estaba Jota, tristemente fallecido hace pocos años, del cual recuerdo su astuta y ágil lengua para hacer comentarios muy mordaces, y con los que nos reíamos mucho. Cómo no, mi buen y querido amigo Javi, de Albacete, un tipo como no hay dos, noble, sano, y muy buena persona. O Natalio, con el que nos hemos reído, de él y con él. Pero no nos lo tiene en cuenta, pues es sanote y buen tipo. También estaban las hermanas Mari Ángeles y Madalena, o la Paqui, de Florián, o las hermanas de esta, Mili, Pili, o Fátima, aparte de Tito, Flori, y sus innumerables hermanos, (eran 12). También me acuerdo mucho de Juanito, el valenciano, muy dicharachero, y muy alegre él. Los novelderos Pepe y Alfonso, nietos de Franco, lo cual nos proporcionaba buenos momentos de carcajadas. Dani el ligón, y su hermano Paquito. Y los madrileños Mikel y Jose Mari, que no iban a menudo al pueblo, pero teníamos cierto contacto con ellos. También recuerdo muy gratamente a Rosalía y sus hermanas, incluido su hermano Manolito, tristemente fallecido. Y recuerdo también a las hermanas Isabel y Manoli, de Tiriez. También tengo buenos recuerdos de amigos que hicimos del pueblo, como Jose Antonio, de la carnicería, Jesús, el bailarín, que bailaba muy bien el agarrado con la citada Madalena; y otros tantos de los cuales les pongo cara, pero he olvidado sus nombres, y les pido perdón por tener esta memoria tan frágil.

Durante todos los años que hemos ido de vacaciones a Lezuza, hemos vivido experiencias de todo tipo. Al principio, como éramos pequeños, solíamos divertirnos paseando por las calles, o por la vega, recuerdo que muchas tardes nos íbamos de merienda al campo, nos hacía mi madre un bocadillo, y comprábamos una casera de naranja o de limón, en los Valerianos, y nos íbamos al monte, y en cualquier piedra nos sentábamos, y allí merendábamos, después de jugar un rato o charlar, o cualquier otra cosa que pudiera surgir. También las bicicletas eran muy protagonistas, en nuestros paseos por el pueblo. Mi hermano y yo, no teníamos bici, pues el presupuesto familiar no lo permitía, pero íbamos andando, no nos importaba, o alguien que, si tenía bici, nos la dejaba. También recuerdo de muy buen grado, nuestros partidos de futbol en el campo de las escuelas.  Una vez, tuve el honor de jugar con el equipo de juveniles de lezuza, en un torneo en Barrax, y perdimos 6 a 0. Pero fue divertido.

casa del pueblo

Conforme fueron pasando los años, Lezuza también fue evolucionando, y por fin se instaló una discoteca, por los Gabrieles, y eso fue ya el acabose. Teníamos ganas de que llegara el fin de semana para entrar a la disco. Era una diversión sin límites, lo pasábamos genial en ella, con todos nuestros amigos y no tan amigos. Nos hizo cambiar totalmente el ocio nocturno. En mi opinión, ha supuesto un antes y un después, en la diversión y el ocio de toda una generación de lezuceños. Pero no solo la disco, también se montó un pub, el pub de Juan, al que íbamos y nos tomábamos una copa, o dos, antes de ir a la disco. En cuanto a los bares, también se fueron modernizando, como el bar de la Tere, y surgiendo otros nuevos, como el bar de la iglesia. Y finalmente, también se construyó la piscina, lo que nos cambió totalmente la diversión diurna. En ella pasábamos prácticamente todo el día, de baño en baño, en pandilla, charlando, o nos acercábamos al bar de la piscina a tomar algo.

Cuando me fui a la mili, no pude pasar el mes de agosto entero, pero sí tuve un permiso en las fechas de las fiestas de agosto, por lo que también pude disfrutar de unos días en el pueblo.

Y en el último año que estuve el mes de agosto completo allí, conocí a la que después sería mi mujer, Rosa. Los padres de ella eran de Lezuza, y habían ido a pasar unos días, y allí nos conocimos. Durante los días que coincidimos, nos fuimos conociendo y enamorando, de forma que aquel verano fue de lo más romántico. Aquel fue el último año que fui a Lezuza en el plan en que había ido siempre. A partir de ese momento, fui como casado y de forma más esporádica, y en otro plan.

El hecho de pasar las vacaciones en Lezuza, durante los años 70 y 80, mi infancia, adolescencia y parte de mi juventud, ha significado una experiencia maravillosa, enriquecedora, llena de buenas vibraciones, buenos recuerdos, buenas amistades, y buen rollo. Hizo que aprendiera a querer todo lo relacionado con Lezuza. Siempre tendré a Lezuza y a los lezuceños en mi corazón. De hecho, con el paso de los años, me siento muy orgulloso de lucir como un lezuceño más.  Aunque ya no vaya mucho últimamente, siempre habrá un recuerdo de Lezuza en lo más profundo de mi corazón.

 

¡¡Hasta la próxima!!

 

 

 

 


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Valencia

   ¡Qué decir de Valencia! Es mi tierra, donde nací, donde me crie; mi más tierna infancia la pasé allí; mi adolescencia, y buena parte de mi juventud, respiraron el aire de esa maravillosa ciudad. Me siento valenciano por los cuatro costados. Todo lo que allí había era mi mundo, no existía otra ciudad más que Valencia. Debido a los medios limitados de mi familia, salíamos poco o nada a conocer algo mas que no fuera la ciudad. Mi padre era el típico emigrante a Alemania de aquellos años, a buscarse la vida fuera porque aquí, no encontraba trabajo. Yo nací en Valencia, pero bien podía haber nacido en Alemania, pues mis padres se vinieron a España, para que naciera yo. Y después se volvieron conmigo en un canasto, y sin pasar la aduana. O sea, yo he sido un sin papeles en el país germano. ¡Qué cosas! En mi familia solo estábamos en ese momento, mi hermana Pilar, que me lleva 4 años, y yo, un bebé.

Aurelio de pequeñito

   Cuando me destetaron, y empezaba a cumplir años, me llevaron con unas tías abuelas, hermanas de mi abuela, que vivían en el Grao, junto al puerto de Valencia, y al lado justo de la playa de las Arenas, y el balneario que allí había. Viví con ellas, algún tiempo, pero no sabría decir cuánto, más de un año, seguro, pues pasaba fallas, navidades y veranos muy felices. Mis tías, ¡que buen recuerdo tengo de ellas!, las tengo en un buen lugar dentro de mi corazón, han formado parte de mi vida, y han jugado un papel muy importante en ella, me han criado de pequeñito, me han dado todo el cariño de que han sido capaces, incluso de mas mayor, me han ayudado económicamente, por lo que solo puedo decir cosas buenas de ellas. Las tías Matildín, Evalín y Hortensia. Allá donde estén, les mando muchos besos con todo mi cariño. Ello me lleva al resto de mi familia, por parte de mi madre, y que vivía en Valencia, y era mi abuela, que en paz descanse, mi tia Mari Carmen, y mis primas Ana y Martha, con su padre, por supuesto, al que yo respetaba enormemente, mi tio José, también fallecido. También estaban los Requena, pero a estos los veía menos, aunque les tenían en alta estima.

    Pero el tiempo pasaba, y era hora de volver a vivir con mis padres, aunque me pesara, pues yo estaba muy a gusto con mis tías. Mi padre volvió de Alemania, había nacido mi hermano Fede, al que le llevo 3 años, también mi hermana Maty, a la que le llevo 5, y finalmente, Daniel, que le llevo 7 años. Mi infancia fue transcurriendo así, entre la humildad, y la precariedad, la situación económica nos fue acostumbrando a tener lo justo y a no pedir mas de lo que buenamente se podía. Y nos conformábamos. Sabíamos que no había mas de lo que había. Puede parecer que no, pero es una lección muy importante, hay que aprender que las cosas no se regalan, sino que se ganan, y esa lección la aprendimos mis hermanos y yo, muy pronto.

   Mi padre se mostró siempre como un padre riguroso, estricto, con mal carácter, muchas veces, pero quizá era lo que necesitábamos, un padre que nos llevara por el camino correcto. ¿Se pasó de la raya? Quizá, hay quien piensa que sí; yo soy más positivo, y opino que las cosas pasan por algo, y siempre veo todo, con optimismo, o como dice el dicho, no hay mal que cien años dure. Y eso que estuve enfadado con mi padre durante bastantes años, pero, si fue así, quizá era por que debía ser así. En sus últimos días, quise reconciliarme con él, y pude despedirle en paz. Sin embargo, mi madre era toda dulzura, muy buena, nos protegía siempre de los ataques de mi padre, y era ella la que se llevaba siempre las regañinas por defendernos, lo cual le sabía a cuerno quemado a mi padre. 

Mi madre con mis hermanos y yo

Pero volvemos a la infancia. Al lado de mi casa, en la calle del hospital, había un hospital viejo, que lo derribaron, y convirtieron en un parque, y salvaron un edificio, en forma de cruz, que reconvirtieron en una biblioteca. Esas dos instalaciones fueron muy importantes en mi infancia, pues pasé allí, largas horas con mi hermano Fede, y otros amigos, jugando, leyendo comics u otros libros, estudiando, en fin; tengo muy buenos recuerdos de amigos como Santos, Eduardo, Juanan, Requena, Enrique, Juanvi, Cabolo, Eder, Marcos, y otros muchos que mi memoria no consigue rememorar, pues ya hace de aquello muchos años; en aquel jardín, fue donde pasaba mis ratos de ocio en mi infancia, jugaba al futbol y a todo lo que se pudiera jugar; y también en mi adolescencia. Allí fue donde conocí mi primer amor. Una muchacha que vivía por la zona, y que me gustó, y yo a ella, y que hubo un sentimiento muy bonito, mutuo, y puro. Ella se llama Mari Paz, y es de mis lectoras, así que le mando un saludo desde aquí. Un beso Mari Paz, que sepas que guardo muy buen recuerdo de ti y de aquellos tiempos.

   También quiero dedicarle un recuerdo a mi vecino Héctor, con el que hemos jugado tantas y tantas veces al futbol cuando éramos críos. Por cierto, fue él, el que me inició en mi afición al equipo de mis amores, el Valencia C.F., del cual soy todavía seguidor, y lo seré siempre.

Aurelio en la academia Castellanos

   El colegio de mis primeros cursos fue la academia Castellanos, que era de pago, pero pronto mis padres me pasaron a un colegio público, y ahí fuimos todos mis hermanos, al colegio nacional Luis Vives. Tengo muchos recuerdos de ese colegio; aun estábamos separados las chicas de los chicos; en aquellos tiempos, aun se rezaba a la Virgen María, en el mes de mayo, aunque poco a poco se fue diluyendo esa tradición. También tenía dos centros diferentes, estaba el colegio en la calle Cuenca, y otras dependencias, en la calle Guillem de Castro, donde cursábamos los últimos años de la EGB, los chicos. Yo terminé allí la enseñanza básica, y después pasé al instituto Luis Vives, frente a la estación del Norte, a estudiar el BUP de aquellos entonces. Allí conocí a nuevos amigos, nuevos compañeros, empecé a sentirme atraído por las chicas, en fin, la adolescencia pura y dura. Tuve mi época de rebeldía, como todos en esas edades, y pasé una época un tanto difícil, pero duró lo que duró, y se acabó.

notas de la selectividad
Si veis en la foto, tengo toda la pinta de un adolescente, verdad?

   Terminé el COU, e hice el examen de selectividad, y lo aprobé, por lo que tenía libre el acceso a la universidad. Y allí que me fui. A la facultad de derecho. Solo hice dos años, pero, me pilló la mili, y me fui al ejército. A la vuelta ya no era el mismo. Después de un año y pico de mili, no había aprendido nada, no había servido para nada. Solo a escaquearme, pues eso es lo que se hacía en la mili. En esa época, me despendolé un poco, salía a menudo con los amigos, y el plan ya no era el de jugar en el parque, sino de irnos a las discotecas, o pubs; recuerdo todavía, el pub Calcata, en el que hemos pasado días y días, ligando y jugando al futbolín. O Woody, o Distrito 10. No tenía presupuesto para estos quehaceres, pero me financiaban un poco, mis tías, de las que he hablado al principio, y aunque no daba para mucho, a mí me valía.

Aurelio de jovencito y ya casado

   Fue, al poco tiempo de acabar el servicio militar cuando conocí a la que sería mi primera mujer, Rosa, y madre de mi hijo. Fue en Lezuza, el pueblo natal de mi padre, un pueblecito de Albacete, donde pasábamos todos los veranos en familia, y del cual tendré tiempo de hablar en otro post, más adelante.  A mi padre no le gustaba que yo tonteara con Rosa, pero yo si quería seguir con ella. Estuvimos un año, ennoviados, y mientras tanto, enfadados mi padre y yo, por ello. Había llegado la hora de enfrentarme a él, y así fue. Durante el verano siguiente, me fui a Novelda, provincia de Alicante, donde ella vivía, a trabajar en el campo. Fue mi primer trabajo, y era duro; el trabajo en el campo es muy duro, pero lo hice, y me gané mi primer sueldo. Estaba enamorado de ella, y era la cosa que mas clara había tenido en toda mi corta vida hasta entonces. Era bastante inmaduro, pero estaba enamorado. Así que un 20 de septiembre, por cierto, mi cumpleaños, la situación era insostenible en mi casa, con mi padre, y cogí un poco de ropa, en una bolsa de deporte, y me marché de Valencia, en dirección a Novelda. Estaba decidido a seguir adelante mi relación con Rosa, y a llegar hasta donde hiciera falta. Y mi padre no podría impedírmelo. Pero esto es tema de otro post, que más adelante os relataré.

A partir de aquí, mi valencianía no disminuyó, seguía siendo muy valenciano, pero empecé a descubrir que hay mas sitios donde también se vive bien. Y aquí termina mi vida en Valencia, después de este momento, he vuelto a Valencia muchas veces, pero ya de visita. A ver a la familia, a atender a mi madre cuando se puso muy malita, a las fallas, y alguna vez más. Pero de todo eso y mas cosas, ya os hablaré mas adelante, en otro post.

 

¡¡Hasta la próxima!!

 

 

  

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Con la burocracia hemos topado

   No me extraña que los agricultores y ganaderos se hayan echado a la calle con sus tractores, pidiendo entre otras cosas que disminuya la burocracia que les piden para llevar a cabo su actividad. Es una barbaridad. La burocracia hace que tengas que presentar mil y un papeles, mil y un documentos oficiales, sellados por tal o cual organismo, y todo para que te den un permiso, para hacer cualquier cambio en la actividad que estás realizando, o para que te den alguna ayuda, o algún tipo de subsidio, tan necesarios en el sector agrícola y ganadero, para sobrevivir. Y entiendo perfectamente a los agricultores y ganaderos, porque yo también he sufrido la burocracia en los últimos días.

   Como cualquier hijo de vecino, yo también tengo una hipoteca, y a mi edad, todavía me quedan unos cuantos años de pagar, pues la pedí tardíamente. Si, mi casa, todavía no es mía. Es del banco, como se suele decir. Yo solo vivo en ella, pero está a nombre de la entidad financiera. Si no pago, el banco se la queda. Además, mi hipoteca es de tipo variable, o sea, se ha visto perjudicada por la gran subida del Euribor, que ha habido en estos últimos años. Ha llegado a doblarse mi cuota. Pago ahora mismo, el doble que pagaba justo hace un año. Con todo eso, no he tenido mas remedio que acudir al banco a solicitar algún tipo de ayuda para rebajar esa cuota que se ha desmadrado tanto. He tenido que recurrir, al Código de Buenas Prácticas del banco, y gracias a él, poder solicitar esa rebaja. No es seguro que me la concedan, debo pedirla, y que el banco la analice, y después determinará si soy apto para recibir esa ayuda.

pareja aportando documentación en el banco

   Pero con la burocracia hemos topado. Me piden mil y un papeles para acreditar no se qué situaciones familiares, económicas, sociales, etc. Según palabras de los empleados del banco, quieren asegurarse de que esas ayudas las reciben quienes realmente las necesiten. ¡Parece ser que ahora los bancos se han convertido en hermanitas de la caridad! Como si por un atraso en la amortización de tu capital, ellos no ganaran dinero. Por que lo ganan de cualquier forma. Hagan lo que hagan, ganan dinero. Si te mantienen la hipoteca tal y como está, ganan dinero, con los intereses que te cobran tan altos. Si te congelan la amortización durante un tiempo, ya sea uno, dos o tres años, van a cobrarte los mismos intereses durante todo ese tiempo, en lugar de ir descendiendo cada mes, por lo que ganan aún más dinero. Y si retrasas la amortización, la hipoteca durará mas tiempo, del que tenías previsto, y los bancos te cobrarán mas intereses, por lo que ganan mas dinero. La banca siempre gana. Esa lección la aprendí yo de pequeñito, jugando a la siete y media con los amigos. Ese juego de naipes es fiel reflejo de lo que pasa con la banca real. Siempre gana. El jugador que tenía la banca siempre cobraba dinero, y aunque ocasionalmente, tuviera alguna pérdida, la inmensa mayoría de las jugadas, ganaba.

la banca siempre gana

   Y aquí me tenéis ahora, un poco perdido por tanta burocracia, intentando recopilar toda la ingente cantidad de documentación que me han solicitado, para poder acogerme al dichoso Código de Buenas Prácticas, y esperar la aquiescencia, y conformidad del banco. Porque esa es otra, con la presentación de todo ese montón de papeles, no es seguro que me concedan esa ayuda; he conocido casos en los que necesitándolo como el comer, se lo han rechazado. Y después de ese rechazo, la oficina bancaria, les ha ofrecido a sus clientes, una salida, que es como unas migajas, un descuento de unos pocos euros al mes, y te puedes dar por contento. ¡Que bueno es el banco! ¡Que generoso! Lo dicho, la banca siempre gana.

   Tampoco entiendo, aunque eso es secundario, que, en los tiempos de internet, en pleno siglo XXI, con tanta información en la red y en los ordenadores, y con tanta facilidad para acceder a esos datos, tengamos que estar aportando papeles, y mas papeles, sellados por tal o cual organismo. ¿Tan difícil es buscar en la red, toda la documentación que necesitas? Solo con descargar los documentos que buscas, ya son oficiales. Y el permiso para solicitar esos papeles, te lo da la persona interesada en el momento. No acabo de entender porque tanto papel físico, teniendo acceso desde internet, a tanta información. De hecho, todo o casi todo el papeleo que voy a aportar al banco lo puedo conseguir desde las webs de cada organismo. En fin, en el futuro, quizá sea así, pero de momento, aun no.

Espero por el momento, y me daré por satisfecho si lo logro, conseguir todos los papeles que me piden, y no perderme entre tanta burocracia. Desearme suerte.

 

¡¡Hasta la próxima!!

 

 

 

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14 de Febrero

   El parque estaba tranquilo, el día era frio, triste y gris, había nevado hacía poco y no había mucha gente paseando. Un anciano estaba sentado en un banco con la mirada perdida. Estaba pensativo. Desentendido de lo que le rodeaba. Ni siquiera se dio cuenta de que una pareja de veinteañeros pasó por su lado, discutiendo, y justamente se pararon delante de él. Ella parecía enfadada con el muchacho. El se defendía, como buenamente podía. En un momento de la discusión, y viendo que había libre un gran espacio del banco donde estaba nuestro amigo, ella se sentó en la otra parte que estaba libre. Había decidido callarse y ahora era el muchacho, quien había decidido contratacar. 

   Nuestro anciano, por fin volvió a la realidad, y dándose cuenta de lo que pasaba, intentó mediar entre aquella pareja. ¡No discutáis hombre! -exclamó. Debéis llevaros bien. 

   Entonces es cuando la muchacha se cargó de argumentos y se dirigió a nuestro anciano: ¿Se puede creer que mi novio se ha olvidado de hacerme un regalo por San Valentín? ¿Qué pasa, que no me quiere? El muchacho contestó: tú tampoco me has regalado nada. ¿No quieres igualdad? Pues ahí la tienes. El anciano, se dirigió al muchacho y le dijo: Eso no debes pensar, si quieres a tu novia, debes regalarle algo. La muchacha, se cargó de razón, y se dirigió al muchacho, diciéndole: ¿Ves? Es el hombre el que le tiene que regalar a su amada, sin esperar nada a cambio. Si me quisieras me habrías hecho un regalo, aunque solo fuera un detalle. 

pareja de jovencitos enfadada
   En ese momento es cuando nuestro anciano, se dirigió a la pareja, y les dijo: Aprovechad el tiempo que estéis juntos. El amor es un sentimiento muy bonito, y vosotros que podéis, disfrutarlo. 

Ella se dirigió a nuestro anciano y le preguntó: ¿Vive su señora?

Soy soltero. -contestó el hombre muy serio. – ¿Puedo contaros una historia?

¡Siii! – contestó enseguida la chica- me encantan las historias – Y se acomodó en el banco.

Entonces, nuestro anciano, mirando al horizonte, comenzó a hablar:

   “Hace mucho tiempo, en época de Franco, allá por los años 50, del siglo pasado, conocí a una pareja, así como vosotros, que se llamaban Vicenta y Antonio, que se conocieron en un baile, y se enamoraron perdidamente... Bailaron toda la noche, y en los días siguientes se citaban, para verse. Su amor fue creciendo, y la relación se fue consolidando. Ella era de una familia acomodada, su padre tenía una posición relevante en el organigrama del ayuntamiento de la ciudad, y estaba bien posicionado. El, sin embargo, era de origen humilde, y su padre había sido encarcelado por sindicalista años atrás, y estaba marcado como rojo. Sin embargo, Antonio, era un joven honesto y responsable y quería hacer las cosas bien. Así que, después de hablarlo con Vicenta, se pusieron de acuerdo en presentarse a la familia de ella, y pedirle permiso a su padre para cortejar a su hija, y pedirle en matrimonio. Y dicho y hecho. El encuentro no tuvo de amistoso lo que el imaginaba, al contrario, fue tratado con muy malas maneras y al marcharse de la casa, lo hizo con la prohibición de volver a verla. No se conformaron con eso, siguieron viéndose en secreto, pero eso les disgustaba enormemente. Pronto se hartaron de esa situación y viendo que la cosa no tenía otra solución, decidieron fugarse juntos, y unir sus vidas en un lugar lejos de allí. Era tal el amor que sentían el uno por el otro, que no demoraron mucho la fuga. Y así lo hicieron. Sin que se enterara nadie, salieron cada uno de su casa, se citaron en un lugar indeterminado, y emprendieron el camino hacia una nueva vida los dos juntos. Pero el padre de ella denunció la desaparición de su hija, y sospechando lo que había pasado, denunció a Antonio por secuestro de su hija. La aventura no tenía visos de acabar bien. Iban en un autobús, y cuando hicieron una parada, fueron reconocidos, y quisieron detener a Antonio. El, viendo lo que pasaba, y la que se le venía encima, se dirigió a Vicenta, y le dijo. -Espérame, cariño. Volveré. A lo que ella, con lágrimas en los ojos, le respondió, -te esperaré, pero ten cuidado. Y el salió huyendo. 

el prota, huyendo

   La policía lo persiguió, durante mucho tiempo, hasta que el cruzó la frontera de Francia, y no se le volvió a ver más por aquí. Ella, se quedó en su casa sin salir, y se prometió a sí misma que lo esperaría. Y así fue. El, consiguió tener una posición estable en el extranjero, y comenzó a escribirle cartas para hacerle saber de él. Ella, las recibía con mucho cuidado, y en secreto, y fue alimentando la ilusión de que algún día se reencontrarían, y todo quedaría como una pesadilla. Pero él no podía volver a España, pues sería detenido, y acusado de secuestro y prófugo de la justicia. Ella lo animaba a que siguieran así, hasta que las cosas cambiaran. Fueron pasando los años, y siguieron esperándose el uno al otro. El amor que había entre los dos fue en aumento y la distancia y las dificultades no hicieron mella en él. Las cartas que se intercambiaban eran el hilo que los mantenían unidos. Esas cartas eran su salida a la desesperación que sentían muchas veces. A mediados de los 70, cuando Franco murió, parecía que la cosa podía cambiar, y la esperanza de un reencuentro se hizo más viable, y eso les mantuvo más ilusionados todavía. 

   Finalmente, cuando la situación política lo permitió, Antonio se decidió a dar el paso, de volver a España e ir en busca de su amada Vicenta. Y así lo organizaron. Se citaron tal día como un 14 de febrero, en un punto de encuentro muy conocido por ellos, y que les traía muchos recuerdos, de cuando estaban juntos. Y Antonio, volvió a España. 

   Pero la desgracia, también quería jugar su baza en esta historia. De camino al punto de encuentro, Antonio sufrió un accidente de coche, y quedó muy grave, de forma que quedó en coma, ingresado en un hospital, durante mucho tiempo.

   Vicenta, acudió al punto de encuentro, y esperó, y esperó. Pero allí nadie acudió. Desesperada, y después de esperar horas y horas en aquel lugar, decidió irse y escribirle a Antonio, para pedirle explicaciones de por qué no había acudido. Escribió cartas, una tras otra, y al no recibir ninguna contestación, empezó a desesperarse. La desesperación desembocó en pánico, el pánico en decepción, y finalmente en depresión. Esas cartas tan bonitas, y tan tranquilizadoras que antaño le llenaban de paz y tranquilidad, habían desaparecido. Ya no había mensajes, ni siquiera un adiós, ni una despedida. Nada. La tristeza la embargó, perdió toda la felicidad y la alegría que tenía ella de forma natural. Se encerró en sí misma, se abandonó, perdió la vitalidad, las ganas de vivir. Esas cartas la habían mantenido con vida durante todos estos años, pero sin ellas, la vida ya no tenía sentido. Y calló enferma. Y la enfermedad, se fue agravando. No comía, apenas bebía, perdió mucho peso, y eso aun agravó más su estado de salud. 

   Finalmente, era tal su estado de debilidad, y de su enfermedad, que murió en su cama, hundida, en su colchón, y solamente pudo balbucear el nombre de su amado. ¡Antonio!

   Era un 14 de febrero de un año cualquiera. Ese mismo día, en la cama de un hospital, un hombre yacía en coma, y estaba siendo monitorizado por unas máquinas, que le mantenían con vida. De pronto, abrió los ojos, y despertó. Los médicos no se lo explicaban, después de muchos meses, había despertado de un coma. El, al principio, no sabía dónde estaba, ni como era su vida. Pero su desorientación, fue pasando a control, y pronto fue consciente de la situación. Consiguió recuperarse de sus males, y en cuanto le dieron el alta, salió de aquel hospital y se dirigió al punto de encuentro por si veía a su amada. Lógicamente, no la encontró. Después, se dirigió a la que había sido su casa de siempre. Allí, le contaron lo que había sido de ella. Con una pena enorme y una gran tristeza, salió de la casa, y no supo que hacer. Tenía que verla, aunque fuera en el cementerio. Y fue al cementerio y la visitó. Postrado sobre su tumba, lloró amargamente. Vio su foto, le sonrió, la acarició, le habló como si la tuviera delante".

    El amor tan grande que sentían el uno por el otro hizo que, a pesar de las dificultades, su relación siguiera adelante. Su amor podía con todo. Menos con la muerte. Contra eso nadie puede hacer nada. Por eso, chicos, vosotros que podéis disfrutar de vuestro amor, no os peleéis, y vivir la vida y vuestro amor, con toda la energía de que seáis capaces. El amor es un sentimiento tan bonito que no merece ensuciarlo con tonterías ni con disputas.”

¡Qué historia tan bonita! -dijo la chica medio emocionada. ¿Qué fue de Antonio?

   Por lo que tengo entendido, acabó malviviendo por ahí. Intentó suicidarse alguna vez, pero no lo consiguió. Tenía alguna familia y lo acogieron, y le dieron una vida medio decente, pero no quería depender de nadie, así que desapareció, y no se ha sabido nunca más de él. 

   ¡Pues que triste! – dijo el muchacho. ¿Bueno, nos vamos? – le pregunto a su chica. Ella se levantó, y se cogió al muchacho, y se abrazaron. Se despidieron del anciano, y se fueron andando bien cogiditos. 

El anciano los siguió con la vista. Y se sonrió. Fueron alejándose poco a poco. 

   En cuanto se alejaron lo suficiente y nuestro ancianito se quedó a solas, una tórtola se posó en el banco de madera en el que estaba sentado. El la miró, y sonrió.

el prota, de abuelito sentado en un banco
   Hola Vicenta. ¿Cómo estás hoy? -Le dijo, mientras se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta, y sacaba un pedazo de pan, para darle unas miguitas al animal. – Aquí estoy, como todos los días, a verte.-continuó hablándole a la tórtola.- Hoy es 14 de febrero, nuestro aniversario. En este, nuestro banco, donde tantos y tan bonitos recuerdos tenemos. Donde tantas veces nos hemos citado. Pronto podremos estar juntos. Los médicos me han dado poco tiempo de vida, y en la residencia me dejan hacer lo que yo quiera. Así que cuando llegue el momento te avisaré. ¡Que ganas tengo de estar contigo por fin, Vicenta! Ya basta de tanto sufrimiento. Ahora a vivir nuestro amor, por fin.

   El día era bastante frio y nublado, y enseguida empezaron a caer unos pequeños copos de nieve fina, que no impidieron que Antonio y su Vicenta permanecieran conversando un poco mas de tiempo. 


¡¡Hasta la próxima!!













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La están peinando

   Abro los ojos, estoy desorientado, está todo oscuro, solo una pequeña luz muy tenue invade la alcoba, y proviene del reloj que tengo en la mesita, y que marca las 7:27 horas de la mañana. Voy dándome cuenta de lo que pasa, me he despertado de un sueño reparador, y debo ir espabilando y abriendo los ojos y levantarme para empezar mi día. Lentamente, así lo hago, con pereza, y bostezando, pero de manera firme y decidida. Lo primero que hago es ir al baño, abro las dos tapas del inodoro, y de pie frente a él, aflojo el esfínter y me relajo. Termino, me coloco los pantalones del pijama de nuevo, y voy al espejo. Me miro. Los ojos no se abren mucho, pero lo suficiente para verme en el reflejo. Bostezo. Tengo una mata de pelo impresionante, cabello gris cano, largo, me descansa en los hombros, liso, y despeinado; muy despeinado, hasta desaliñado. Abro el cajón que hay debajo del lavabo, en busca de un peine o un cepillo. Nada, no hay ningún peine. Rebusco entre todas mis cosas de aseo, y nada. Me voy al armario del baño, abro las puertas, miro con avidez, y nada, no hay ni cepillo ni peine. ¿Y ahora que hago yo con este pelo? Bueno, estoy dormido, me lavo la cara con las manos juntas, me lanzo tres o cuatro refriegas con agua fría, y me sientan de maravilla. Espabilo. Vuelvo a mirar en el cajón, en el armario, hasta en la ducha, y nada. No hay peine ni cepillo en mi casa. Me cogeré una coleta. Busqué una goma para el pelo, y rebusqué en todo el cuarto de baño. Nada. Bueno, pues no me peino, dejaré peinar la melena al viento. Iré a unos chinos y les compraré un cepillo. Una vez aseado y vestido, cojo a mi perro, Bandy, le ato la correa, y lo saco a dar un paseíto, y a que haga sus necesidades. Salgo del portal, a la calle, y una fuerte brisa me azota la cara, sorprendiéndome. ¡Caramba, que ventolera! El viento sopla con fuerza. Y me revuelve el cabello, despeinándolo mas aun, si es que era posible. Pero es un viento cambiante, tan pronto sopla de cara como sopla desde atrás. Llevo a Bandy, a mi altura, y me dispongo a cruzar la calle. Venía un coche, pero me daba tiempo a cruzar. De pronto, cuando estaba en medio de la calle, y el coche se iba acercando, el perro, me da un frenazo. Precisamente en ese momento se había puesto a defecar en la orilla de la acera. El viento me sopló de golpe con fuerza, desde la espalda, trayéndome todo el pelo hacia la cara, y me tapó toda la visión de la escena en ese momento. Estaba ciego, no veía nada. No supe hacia donde dirigirme, me había quedado parado, pero reaccioné, y cogí una dirección, con tan mala suerte que lo hice hacia el coche que venía, solo pude oír un frenazo, y un impacto en mis piernas, que me lanzaron, no se en qué dirección. Caí al suelo, y con la fuerza que llevaba del golpe, al caer, mi cabeza se golpeó contra el pavimento de la calle. Perdí el conocimiento. No recuerdo nada más.

un melenas

   De repente, abro los ojos, y veo una habitación de hospital, en la que hay unas cuantas máquinas pitando a ritmo lento y cansino, pero continuo. Yo me miro los brazos y estoy enganchado a esas máquinas con una vía en cada brazo, y algunos goteros conectados. Tengo algunos hematomas en la cara, el costado, piernas y brazos, y siento que algo me presiona fuertemente la cabeza. Me toco, es un vendaje, que me ocupa todo el cráneo. Pero apenas tengo dolor. Pongo mi cabeza a trabajar y no recuerdo nada de lo que me ha pasado. ¿Qué hago yo allí? Intento levantarme, y no siento las piernas, no me responden. ¿Qué me pasa? 

   De pronto, se abre la puerta de la habitación y entra una enfermera, y al verme despierto, se sorprende, abre unos ojos como platos, y sale corriendo de la habitación. La oigo gritar que dice: ¡doctor, doctor, el paciente de la 12 se ha despertado! Enseguida se oyen ruidos de pasos, que se acercan, y entran en la habitación un doctor con bata blanca, y una enfermera que enseguida me rodean, y empiezan a auscultarme. El doctor me pregunta, si se lo que pasa. Yo le digo que no tengo ni idea. El me confirma que he sufrido un traumatismo craneoencefálico, y posiblemente haya perdido la memoria, aunque no saben el alcance de la pérdida.  Y posiblemente, también haya perdido movilidad en las piernas. Me cuenta lo que me ha pasado, y todo por culpa de esa melena, ¡Córtese ese pelo! Me espetó. Yo no recordaba nada de antes. Pero confié en el doctor, y asumí que había tenido un accidente, por culpa de mi melena. 

   Le pregunté si el movimiento de las piernas lo recuperaría, y no me supo responder, es algo que se verá con el tiempo. Tendré que hacer rehabilitación, y ver si puedo moverme. Las noticias no podían ser peores. 

   Por debajo del vendaje, colgaban mechones de mi melena grisácea, y, la verdad, tenía un aspecto, bastante deplorable, sucio y apelmazado. Empecé a tenerle grima a mi melena, en cuanto pueda, me la corto.

   Pero no era eso lo que mas me preocupaba, era mi movilidad, no acababa de creer que no pudiera moverme, eso era imposible, seguro que, si me ponía en pie, sí me mantendría, y podría andar. Y así lo hice. Me había quedado solo en la habitación, y a pesar de no sentir las piernas, hice el esfuerzo, ayudándome con los brazos, y conseguí sentarme en la cama. Decidido, quise incorporarme y de nuevo con ayuda de los brazos, me alcé, y parecía que me quedaba plantado, pero enseguida perdí el equilibrio, y caí, todo lo largo que era, y de costado, golpeándome la cadera con fuerza contra el suelo. Un dolor muy fuerte me atacó de pronto en la misma cadera, y se me hacía insoportable el dolor. ¿Sería posible que me hubiera roto la cadera? ¿Me iba a quedar inválido de por vida?

 ¡¡Puta melena!!!!

...

   Abro los ojos, estoy desorientado, está todo oscuro, solo una pequeña luz muy tenue invade la alcoba, y proviene del reloj que tengo en la mesita, y que marca las 7:27 horas de la mañana. Voy dándome cuenta de lo que pasa, me he despertado de un sueño reparador, y debo ir espabilando y abriendo los ojos y levantarme para empezar mi día. Lentamente, así lo hago, con pereza, y bostezando, pero de manera firme y decidida. Lo primero que hago es ir al baño, abro las dos tapas del inodoro, y de pie frente a él, aflojo el esfínter y me relajo. Termino, me coloco los pantalones del pijama de nuevo, y voy al espejo. Me miro. Los ojos no se abren mucho, pero lo suficiente para verme en el reflejo. Bostezo.

Aurelio el calvorotas

   Me quedé ojiplático, me miré la cabeza, y una incipiente alopecia invadía todo mi cráneo. Solo tenía cuatro pelos, mal contados, en el cuero cabelludo. Por eso no tenía peine, ni cepillo, no los necesitaba. Había tenido una pesadilla. Me sonreí, respiré profundamente, aliviado, y me dispuse a sacar a Bandy a dar su paseo matutino. Al salir por el portal de la calle, pude comprobar que hacía mucho viento, pero no me importaba, a mi no me molestaba. Fui a cruzar la calle, aunque de lejos venía un coche muy rápido. Me paré porque Bandy se puso a hacer sus necesidades, y justo en ese momento pasó un coche a toda leche por la calle, haciendo un estruendoso ruido de motor. Al pasar junto a mí, yo levanté los brazos, y le espeté: 

¡¡Si es que vais como locos!! 

   Me quedé quieto esperando a que mi perro terminara para recoger sus excrementos, y mientras, me acaricié la cabeza y sus cuatro pelillos mal contados, y me sonreí aliviado. Después, continué el paseo con mi perrito.

¡¡Hasta la próxima!!





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