Abro los ojos, estoy desorientado, está todo oscuro, solo una pequeña luz muy tenue invade la alcoba, y proviene del reloj que tengo en la mesita, y que marca las 7:27 horas de la mañana. Voy dándome cuenta de lo que pasa, me he despertado de un sueño reparador, y debo ir espabilando y abriendo los ojos y levantarme para empezar mi día. Lentamente, así lo hago, con pereza, y bostezando, pero de manera firme y decidida. Lo primero que hago es ir al baño, abro las dos tapas del inodoro, y de pie frente a él, aflojo el esfínter y me relajo. Termino, me coloco los pantalones del pijama de nuevo, y voy al espejo. Me miro. Los ojos no se abren mucho, pero lo suficiente para verme en el reflejo. Bostezo. Tengo una mata de pelo impresionante, cabello gris cano, largo, me descansa en los hombros, liso, y despeinado; muy despeinado, hasta desaliñado. Abro el cajón que hay debajo del lavabo, en busca de un peine o un cepillo. Nada, no hay ningún peine. Rebusco entre todas mis cosas de aseo, y nada. Me voy al armario del baño, abro las puertas, miro con avidez, y nada, no hay ni cepillo ni peine. ¿Y ahora que hago yo con este pelo? Bueno, estoy dormido, me lavo la cara con las manos juntas, me lanzo tres o cuatro refriegas con agua fría, y me sientan de maravilla. Espabilo. Vuelvo a mirar en el cajón, en el armario, hasta en la ducha, y nada. No hay peine ni cepillo en mi casa. Me cogeré una coleta. Busqué una goma para el pelo, y rebusqué en todo el cuarto de baño. Nada. Bueno, pues no me peino, dejaré peinar la melena al viento. Iré a unos chinos y les compraré un cepillo. Una vez aseado y vestido, cojo a mi perro, Bandy, le ato la correa, y lo saco a dar un paseíto, y a que haga sus necesidades. Salgo del portal, a la calle, y una fuerte brisa me azota la cara, sorprendiéndome. ¡Caramba, que ventolera! El viento sopla con fuerza. Y me revuelve el cabello, despeinándolo mas aun, si es que era posible. Pero es un viento cambiante, tan pronto sopla de cara como sopla desde atrás. Llevo a Bandy, a mi altura, y me dispongo a cruzar la calle. Venía un coche, pero me daba tiempo a cruzar. De pronto, cuando estaba en medio de la calle, y el coche se iba acercando, el perro, me da un frenazo. Precisamente en ese momento se había puesto a defecar en la orilla de la acera. El viento me sopló de golpe con fuerza, desde la espalda, trayéndome todo el pelo hacia la cara, y me tapó toda la visión de la escena en ese momento. Estaba ciego, no veía nada. No supe hacia donde dirigirme, me había quedado parado, pero reaccioné, y cogí una dirección, con tan mala suerte que lo hice hacia el coche que venía, solo pude oír un frenazo, y un impacto en mis piernas, que me lanzaron, no se en qué dirección. Caí al suelo, y con la fuerza que llevaba del golpe, al caer, mi cabeza se golpeó contra el pavimento de la calle. Perdí el conocimiento. No recuerdo nada más.

De repente, abro los ojos, y veo una habitación de hospital, en la que hay unas cuantas máquinas pitando a ritmo lento y cansino, pero continuo. Yo me miro los brazos y estoy enganchado a esas máquinas con una vía en cada brazo, y algunos goteros conectados. Tengo algunos hematomas en la cara, el costado, piernas y brazos, y siento que algo me presiona fuertemente la cabeza. Me toco, es un vendaje, que me ocupa todo el cráneo. Pero apenas tengo dolor. Pongo mi cabeza a trabajar y no recuerdo nada de lo que me ha pasado. ¿Qué hago yo allí? Intento levantarme, y no siento las piernas, no me responden. ¿Qué me pasa?
De pronto, se abre la puerta de la habitación y entra una enfermera, y al verme despierto, se sorprende, abre unos ojos como platos, y sale corriendo de la habitación. La oigo gritar que dice: ¡doctor, doctor, el paciente de la 12 se ha despertado! Enseguida se oyen ruidos de pasos, que se acercan, y entran en la habitación un doctor con bata blanca, y una enfermera que enseguida me rodean, y empiezan a auscultarme. El doctor me pregunta, si se lo que pasa. Yo le digo que no tengo ni idea. El me confirma que he sufrido un traumatismo craneoencefálico, y posiblemente haya perdido la memoria, aunque no saben el alcance de la pérdida. Y posiblemente, también haya perdido movilidad en las piernas. Me cuenta lo que me ha pasado, y todo por culpa de esa melena, ¡Córtese ese pelo! Me espetó. Yo no recordaba nada de antes. Pero confié en el doctor, y asumí que había tenido un accidente, por culpa de mi melena.
Le pregunté si el movimiento de las piernas lo recuperaría, y no me supo responder, es algo que se verá con el tiempo. Tendré que hacer rehabilitación, y ver si puedo moverme. Las noticias no podían ser peores.
Por debajo del vendaje, colgaban mechones de mi melena grisácea, y, la verdad, tenía un aspecto, bastante deplorable, sucio y apelmazado. Empecé a tenerle grima a mi melena, en cuanto pueda, me la corto.
Pero no era eso lo que mas me preocupaba, era mi movilidad, no acababa de creer que no pudiera moverme, eso era imposible, seguro que, si me ponía en pie, sí me mantendría, y podría andar. Y así lo hice. Me había quedado solo en la habitación, y a pesar de no sentir las piernas, hice el esfuerzo, ayudándome con los brazos, y conseguí sentarme en la cama. Decidido, quise incorporarme y de nuevo con ayuda de los brazos, me alcé, y parecía que me quedaba plantado, pero enseguida perdí el equilibrio, y caí, todo lo largo que era, y de costado, golpeándome la cadera con fuerza contra el suelo. Un dolor muy fuerte me atacó de pronto en la misma cadera, y se me hacía insoportable el dolor. ¿Sería posible que me hubiera roto la cadera? ¿Me iba a quedar inválido de por vida?
¡¡Puta melena!!!!
...
Abro los ojos, estoy desorientado, está todo oscuro, solo una pequeña luz muy tenue invade la alcoba, y proviene del reloj que tengo en la mesita, y que marca las 7:27 horas de la mañana. Voy dándome cuenta de lo que pasa, me he despertado de un sueño reparador, y debo ir espabilando y abriendo los ojos y levantarme para empezar mi día. Lentamente, así lo hago, con pereza, y bostezando, pero de manera firme y decidida. Lo primero que hago es ir al baño, abro las dos tapas del inodoro, y de pie frente a él, aflojo el esfínter y me relajo. Termino, me coloco los pantalones del pijama de nuevo, y voy al espejo. Me miro. Los ojos no se abren mucho, pero lo suficiente para verme en el reflejo. Bostezo.

Me quedé ojiplático, me miré la cabeza, y una incipiente alopecia invadía todo mi cráneo. Solo tenía cuatro pelos, mal contados, en el cuero cabelludo. Por eso no tenía peine, ni cepillo, no los necesitaba. Había tenido una pesadilla. Me sonreí, respiré profundamente, aliviado, y me dispuse a sacar a Bandy a dar su paseo matutino. Al salir por el portal de la calle, pude comprobar que hacía mucho viento, pero no me importaba, a mi no me molestaba. Fui a cruzar la calle, aunque de lejos venía un coche muy rápido. Me paré porque Bandy se puso a hacer sus necesidades, y justo en ese momento pasó un coche a toda leche por la calle, haciendo un estruendoso ruido de motor. Al pasar junto a mí, yo levanté los brazos, y le espeté:
¡¡Si es que vais como locos!!
Me quedé quieto esperando a que mi perro terminara para recoger sus excrementos, y mientras, me acaricié la cabeza y sus cuatro pelillos mal contados, y me sonreí aliviado. Después, continué el paseo con mi perrito.
¡¡Hasta la próxima!!
Me encanta, me ha enganchado,los sueños a veces son tan reales
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