A lo largo de mi vida, me he enfrentado a diversas
situaciones que han puesto a prueba mi fortaleza emocional y física, y no me
las quiero dar de nada, pero mal que bien, he sabido superarlas. Desde bien
niño, mis padres me enseñaron a ser fuerte, emocionalmente, y aun con los
miedos normales ante situaciones nuevas, enfrentarme a ellas, y sortearlas, con
más o menos éxito. Así se ha desarrollado mi vida,
sorteando cualquier inconveniente que se me presentara.
No sé si serán los años, y me estoy haciéndome más débil, pero
pocas experiencias me han hecho sentir tan vulnerable como mi reciente estancia
en el hospital. Supongo que algunos de vosotros, lectores, ya sabéis que me han
hecho una intervención quirúrgica delicada, en la que me han cortado un pedazo
de colon, que me estaba dando muchos problemas, y han cosido los dos extremos
sueltos. Ahora tengo una recuperación lenta, pero con paciencia, y reposo, la
superaré. Esta experiencia no solo me mostró la fragilidad de la vida, sino que
también me hizo reflexionar sobre la vulnerabilidad humana y el sistema de
salud. En este artículo, compartiré mis sentimientos y pensamientos durante
este periodo, desde la intervención quirúrgica hasta los momentos más íntimos
de mi recuperación.

Desde el momento en que ingresé al hospital, me sentí
expuesto y vulnerable. La rutina hospitalaria, con sus procedimientos médicos y
la constante intervención del personal, erosionó mi sentido de autonomía y
privacidad. Llegué con la preocupación de una intervención quirúrgica en el
colon, sin saber lo que me esperaba en términos de cuidados y manipulación
postoperatoria. Pero antes de la operación, ya empezó ese sentimiento de
fragilidad. Primero me tenía que poner un camisón de color azul, cerrado por delante
y abierto por detrás, aunque con cordones para poder atártelo. Pero era tal el
trasiego que sufría por parte del personal del hospital, que no merecía la pena
atarlo. Al quedar expuesto todo mi cuerpo, y mostrar mi desnudez a personas
ajenas, es donde empezaba a sentirme indefenso ante esas hordas de enfermeras
que venían a hacerme cualquier tratamiento. Después, me afeitaron la zona del
abdomen, normalmente cubierto de pelo, pero que ahora parecía un niño pelón,
quedando de un aspecto ridículo. Y finalmente me dejaron sin comer desde la
última hora de la tarde hasta el momento de la intervención.
La cirugía en sí misma fue un punto crítico de
vulnerabilidad. La sensación de entrega total a manos de los médicos y el
equipo quirúrgico creó en mí una profunda sensación de indefensión. Me llevaban
a donde querían, me hacían esperar sin ningún miramiento, y finalmente me
dormían, con el objetivo de disponer de mi cuerpo con total libertad. La
verdad, no me enteré de nada. Despertar de la anestesia y encontrarme en la
sala de recuperación, con tubos y vías intravenosas conectadas a mi cuerpo,
solo intensificó esta sensación de inseguridad. El sopor, y el letargo que
tenía encima, al despertar de la anestesia, me hacía sentirme más entregado a
las manos de todo el personal hospitalario. Incluso el camillero, en su
recorrido de la sala de despertar a la habitación, parecía querer insuflarme
esa sensación de control sobre mi cuerpo, pues sentía todos los golpes que daba
la camilla, en todo mi cuerpo y me hacían sentirme dolorido, aunque sin
capacidad de protestar, pues el adormecimiento no me permitía reaccionar. Hasta
ahí llegaba mi fragilidad. El primer día después de la intervención, solo era
un monigote en manos de las enfermeras. Tenía vías por el brazo, a las cuales
se enganchaban varios goteros, drenaje desde la tripa para expulsar líquidos
corporales sobrantes, sonda desde la vejiga para orinar, en fin, era un pelele,
incapaz de poder siquiera moverme. Ese primer día, no estaba lúcido, pues me
vencía el sueño, y era incapaz de articular palabra o de abrir los ojos. Fue a
partir del segundo día, cuando siendo ya más consciente de lo que se movía a mi
alrededor, empecé a sentir esa humillación. Viendo que era imposible rebelarme
a ese control férreo al que me sometían tanto médicos como enfermeras, no pude
por menos que rendirme a la evidencia, y al enorme poder que ejercían sobre mí,
todas aquellas personas que me manipulaban a su antojo, de forma vil y cruel. Y
decidí someterme a su capricho. ¡¡Que hicieran conmigo lo que quisieran!!
Yo siempre he valorado mucho mi libertad, mi capacidad para
hacer lo que siempre he querido, siempre con las limitaciones que te impone la
sociedad, ya sean laborales, y otras facetas de la vida como son tu pareja, tus
hijos, y las relaciones sociales. Pero siempre me he considerado libre. Y no he
permitido nunca que nadie me imponga lo que yo tengo que hacer. Hasta ahora.
Ese sentimiento de fragilidad que me ha embargado durante toda la estancia en
el hospital, y parte de mi convalecencia en casa, me ha hecho pensar en lo
poquita cosa que somos, desde el punto de vista de la salud. Nos las damos de
fuertes, y no somos nada. Nos las damos de valientes, y a la mínima que nos
vienen mal dadas, nos acobardamos. Eso es lo que me ha pasado a mí. Me creía
sano, me creía fuerte, me creía inmortal. Y no es verdad. La vida te puede
tratar mejor o peor, pero somos frágiles, débiles, blandos, por mucho que nos
creamos. No se si desde ahora, cambiaré mi forma de ver las cosas, o seguiré
pensando que soy valiente, como antes; pero lo que si estoy seguro, es que mi
percepción de lo que es la vida, si que va a cambiar, y que cualquier día nos
da un yuyu, y nos vamos al otro barrio. Así que disfrutemos mientras podamos,
que ya nos llegará la hora, y esa no avisa. Cuando nos tenga que llegar, nos
llegará.
Y, para terminar, quiero advertir a todo el que me lea, que
este artículo tiene un punto de ironía, que quiero que se note. Desde luego, mi
eterno agradecimiento a todo el personal del Hospital de Navarra de Pamplona,
concretamente a la planta de cirugía, la H3, que se han portado conmigo,
magníficamente bien, y me han demostrado que son unos profesionales como la
copa de un pino. Por poner un punto negativo, las habitaciones son muy
pequeñas, y agobiantes, y de ese detalle, alguien debería tomar nota. Por lo
demás, todo fue bastante bien, y ahora mismo estoy en casa, convaleciente, pero
recuperándome poco a poco.
¡¡Hasta la próxima!!
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