Ya he contado en anteriores capítulos, la historia de mi vida, y si lees este episodio, antes de leer los otros, no te harás una composición correcta de mi biografía, por lo que te invito a que leas antes, los capítulos ‘Valencia’, ‘Lezuza’, y ‘Novelda’, para tener una idea ordenada y cronológica de mi historia.

Ya os he contado en el capítulo anterior, que conocí a Manoly, por internet, en un chat de los que había por entonces en la red. Empezamos chateando, de ahí pasamos al teléfono, y llegamos a conocernos personalmente en Navarra, donde ella residía. Había surgido el amor, en dos corazones que estaban vacíos. E inmediatamente se llenaron. El desamor había invadido nuestras vidas. Quizá por eso, la chispa del amor prendió tan rápidamente. Pero esa chispa se convirtió en un enorme incendio, con el paso de los meses. Y ese incendio provocó que tomáramos la decisión de unir nuestros destinos. Decidimos que yo dejaría a mi exmujer y a mi hijo con ella, y me trasladaría a Navarra a vivir con Manoly. Era una decisión muy valiente, pues nos conocíamos de solo unos meses, pero era firme, y el amor que nos unía, fuerte. Y un día del mes de enero, cogí mis bártulos y me fui a Navarra, a reunirme con ella. Alquilamos un piso en Ansoáin, y allí que nos fuimos.

Manoly; ese es su nombre, muy castizo. Es una mujer maravillosa, dulce, tierna, alegre, simpática, pero con carácter. Todo eso hizo que me enamorara de ella. Y físicamente es muy guapa, y con el paso de los años, su belleza perdura en el tiempo. Ya lo dice el dicho, ‘quien tuvo, retuvo, y guardó para la vejez’. Tengo una inmensa suerte de tenerla a mi lado, y de que me haya elegido a mi para compartir su vida. Pero cuando vine a Navarra, no solo iba a estar con ella. Tenía que entrar en su familia. Sus hijas, sus hermanos, con sus respectivas parejas. Sus padres, Pedro y Juana, que ya estaban un poco mayores, y que necesitaban una ayuda, que Manoly les prestaba de muy buen grado. Y la verdad es que me acogieron muy bien. Incluso sus hijas, algo más reticentes por el disgusto que tenían por su padre, que se había quedado solo, acabaron acogiéndome, en el seno de su familia.
Pero la familia era más grande que todo esto, había tíos,
primos, por parte de su madre, algunos que incluso hoy en día no conozco, pues
viven lejos, o se ven poco.
Desde el principio, empecé a viajar mucho a Novelda, casi una vez al mes, íbamos a Alicante a ver a mi hijo, y prácticamente, día si día no, lo llamaba para que notara mi ausencia lo menos posible. Incluso en fechas como el verano, o navidad, me lo traía a Navarra para que pasara unos días conmigo.
También me costó poco encontrar un trabajo, pues gracias a
Dios, Navarra es una región muy industrializada, y hay mucho trabajo. Estuve
trabajando en varios sitios hasta que encontré el trabajo definitivo, en
Nortyre, como repartidor y almacenero, y ahí me estabilicé.

Aproveché el tiempo y la compañía de Manoly, para visitar y conocer Navarra, conozco Pamplona y su barrio viejo, con la famosa calle Estafeta de los encierros de San Fermín. Y sus bares y sus pinchos maravillosos. He paseado por sus calles, Carlos III, San Nicolas, Mayor, Santo Domingo, y otras muchas, y he visitado la catedral de Pamplona, majestuosa. También conocí varios pueblos de la comarca de Pamplona, Villava, Huarte, Mutilva, Burlada, por supuesto, donde acabé viviendo, y luego me alejé un poco más; conocí la parte norte, Roncesvalles, con su preciosa Colegiata, las cuevas de Zugarramurdi y Urdax, Santesteban, llegamos hasta la playa de Hondarribia, y nos aventuramos a Francia; también llegamos hasta Ochagavía, y ya puestos, hasta El Roncal e Isaba, y llegamos hasta la venta de Juan Pito, por cierto, cubierta de nieve. También hemos estado varias veces en Javier, y alrededores, aprovechando las javieradas, preciosa romería al patrón de Navarra, San Francisco de Javier; el monasterio de Leyre, muy bonito, el enorme pantano de Yesa, y después la imponente foz de Lumbier. Tirando hacia el sur, he conocido Tafalla, Olite, con su grandioso e imponente castillo donde vivían los reyes de Navarra, la fortificación de Artajona, y hemos llegado hasta Tudela, donde hemos visitado su majestuosa catedral; y yendo en dirección al oeste, hemos visitado Estella, bonita ciudad a orillas del rio Ega, hemos caminado por la sierra de Urbasa, imponente, con su barranco del infierno, y el precioso nacedero del rio Urederra, impresionante paisaje natural con sus balsas de color azul, que destaca entre lo verde de su entorno. Y de ahí, al valle de la Sakana, zona que conozco bien, por motivos de trabajo, y por ahí, hasta Lekumberri, para encaminarnos hasta el santuario de San Miguel de Aralar, en lo alto de la sierra de Aralar. Desde allí hay unas vistas preciosas de todo el valle de la Sakana. Lógicamente todo este recorrido lo he hecho en distintas etapas, pero tras ello, he aprendido a querer a Navarra, a apreciar toda esta tierra, sus gentes, sus paisajes, su diversidad, y como no, su gastronomía, ¡qué bien se come aquí!
También he conocido sus fiestas, los Sanfermines, pero aquí
he de reconocer que al principio no era muy partidario de ellas, me parecían un
botellón gigante, ¡que no se me enfaden los navarricos!; con el tiempo, he ido
aceptando todo lo que gira alrededor de la fiesta. Pero para mí el festejo más
singular y propio de esta fiesta es el encierro, y todo lo que tiene que ver
con el toro, y eso que yo no soy nada taurino, pero lo respeto. Entiendo ese
espíritu festivo de los pamplonicas, que después de todo un año trabajando
llega el verano, y el 6 de julio, se produce una explosión de júbilo, y todo se
desborda; todo se transforma en fiesta, en algo lúdico, alegre, divertido;
durante esos 8 días en los que nada es real, todo es fiesta, juerga, diversión,
una explosión de gozo y regocijo, que recorre todas las calles de Pamplona sin
parar, las 24 horas del día, durante todos los días. Y a las 8 de la mañana,
con puntualidad británica, comienza el encierro, una carrera contra el toro, que,
gracias al capotico de San Fermín, no hace tanto daño como podría parecer, al
enfrentarte a los toros de 500 kilos. A mí personalmente, me gusta cuando hay
una chispa de riesgo, de peligro, de emoción, y eso es lo que, a mi modo de
ver, enriquece la fiesta. Eso sí, a mí no me vereís nunca correr un encierro,
el que lo hace, es para admirar su valor.
Pero, volviendo a los primeros años, compramos un piso en Burlada y nos fuimos a vivir allí, lugar en el que hoy resido. Burlada, es una ciudad
situada junto a Pamplona, de apenas 20.000 habitantes, con todo lo necesario
para vivir. Y tenemos la capital al cruzar el rio, si necesitamos algo más. Las
hijas de Manoly, con el tiempo, se fueron independizando, y se fueron a vivir
con los que hoy en día son sus parejas, dos chicos estupendos, buenas personas,
honrados y trabajadores. Con todos
ellos, y con el paso del tiempo, ha ido arraigando en mí, una estrecha relación de forma que los he ido adoptando como hijas y yernos.
También hemos vivido momentos tristes Manoly y yo, con la
muerte de sus padres. Sus últimos años, padecieron enfermedades mentales:
Alzheimer, Pedro, y demencia, Juana, que nos obligaron a estar muy pendientes
de ellos, y dejar lo que teníamos entre manos para atenderlos a ellos, y
dedicarles casi el 100 % de nuestro tiempo. Junto a los hermanos de Manoly,
hicimos lo que buenamente pudimos para que tuvieran una vida lo más humana,
digna y feliz posible. Fue triste porque se fueron sin recordar quienes eran ni
quienes éramos nosotros. Son duras las enfermedades mentales, y tristes, muy
tristes…
Otro momento triste fue la pérdida de mis padres, primero mi
madre, por una neumonía severa; tuvimos que ir Manoly y yo a Valencia a
despedirla en un viaje precipitado. Y después mi padre pocos meses después;
también hicimos otro viaje a Valencia, y después a Lezuza, a depositar sus
restos junto con sus padres, por deseo expreso de él. Fue el peor momento de mi
vida, sobre todo cuando despedí a mi madre.
También nos dejó el primo de Manoly, e hijo de su tía
Josefa, Cándido, con 53 años, por culpa del cáncer. Fue duro, pues aún era
joven, y dejó a su familia hundida en la tristeza.
Y recientemente, nos ha dejado también la tia Josefa, con quien los últimos tiempos estabamos muy unidos. Descanse en paz.
En cuanto a mi hijo, Alejandro, fue haciéndose mayor,
seguíamos viéndonos regularmente, en vacaciones, o algún viaje a Alicante, pero
conforme se hacía más y más mayor, nos veíamos más distanciados en el tiempo,
yo iba menos a Alicante, y era el, el que venía de vez en cuando a Burlada, a
pasar unos días conmigo. Incluso hablamos menos por teléfono, pero cuando lo
hacemos, nos tiramos casi una hora hablando para ponernos al día.

También hemos vivido momentos alegres, como la boda de la hija pequeña, todo un acontecimiento. Y, sobre todo, los nacimientos de los nietos de Manoly, y por qué no decirlo, también mis nietos. A lo largo de unos pocos años, fueron viniendo los niños, y ya tenemos la familia al completo. Ahora toca apechugar con lo que ha venido, hay que sacarlos adelante, sus padres trabajando y sus abuelos ayudando a llevarlos al cole, a darles de comer, o de merendar, a recogerlos, en fin, la tarea de abuelos, que ya he contado en el post ‘Reflexiones de un abuelo’.

Y así, hemos llegado al tiempo presente, estos últimos años en los que yo me he quedado en paro, y me estoy dedicando a la familia, a mi mujer Manoly, a mis nietos, colaborando con sus padres para que estos puedan ir a trabajar. Y en cuanto a mi hijo, está hecho ya un hombre de 27 años, y trabajando, por lo que el contacto es más esporádico y distanciado, pero seguimos hablándonos de vez en cuando, por teléfono. En cuanto a Manoly, pues sigue igual de bondadosa que siempre, igual de cariñosa, la quiero tanto como el primer día, y este sentimiento no afloja, más aún, se refuerza cada día que pasa. “Ella es mi verdadero Amor, y la tenga lejos o la tenga cerca, siempre la querré”. Es un amor maduro, tranquilo, sereno, como corresponde a la edad, sin la intensidad y la pasión de los años jóvenes, pero si con todo el cariño que somos capaces de trasladarnos, que es mucho.
En cuanto a Navarra, mi tierra de adopción, me lo ha dado
todo, trabajo, salud, dinero, y una familia a la que dedicarme, en fin, todo lo
que un hombre sencillo puede pedir. Por eso le tengo gratitud infinita a esta
tierra, a sus gentes, los navarros, gente noble y brava; a Burlada, donde he
encontrado ese acomodo que necesita todo hombre para desarrollar toda una vida
en paz y armonía, y ya llevo viviendo 20 años. Como digo en la descripción del blog en la página principal,
soy valenciano de nacimiento, y estoy orgulloso de ello, pero navarro de
adopción, y también estoy orgulloso de ello.
¡¡Hasta la próxima!!
Que historia más bonita esque la estoy viviendo yo ,un beso cariño 💋💋
ResponderEliminarMe alegro mucho por ti, espero y deseo que pases allí tus últimos años y días...
ResponderEliminarEs bueno contar las cosas tal como las ha vivido uno. Con sus luces y sus sombras, pero desde el corazón. Estoy segura de que tú madre te apoyó siempre en cada uno de tus pasos. Fue un cielo de persona.
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