Valenciano de nacimiento, y navarro de adopción, soy Aurelio, tengo 59 años, vivo en pareja en un pueblo de la comarca de Pamplona, y mis nietos me llaman Yeyo, ¡Ojo!, no confundir con Yayo, no es lo mismo, leer mis contenidos y lo entenderéis.

14 de Febrero

   El parque estaba tranquilo, el día era frio, triste y gris, había nevado hacía poco y no había mucha gente paseando. Un anciano estaba sentado en un banco con la mirada perdida. Estaba pensativo. Desentendido de lo que le rodeaba. Ni siquiera se dio cuenta de que una pareja de veinteañeros pasó por su lado, discutiendo, y justamente se pararon delante de él. Ella parecía enfadada con el muchacho. El se defendía, como buenamente podía. En un momento de la discusión, y viendo que había libre un gran espacio del banco donde estaba nuestro amigo, ella se sentó en la otra parte que estaba libre. Había decidido callarse y ahora era el muchacho, quien había decidido contratacar. 

   Nuestro anciano, por fin volvió a la realidad, y dándose cuenta de lo que pasaba, intentó mediar entre aquella pareja. ¡No discutáis hombre! -exclamó. Debéis llevaros bien. 

   Entonces es cuando la muchacha se cargó de argumentos y se dirigió a nuestro anciano: ¿Se puede creer que mi novio se ha olvidado de hacerme un regalo por San Valentín? ¿Qué pasa, que no me quiere? El muchacho contestó: tú tampoco me has regalado nada. ¿No quieres igualdad? Pues ahí la tienes. El anciano, se dirigió al muchacho y le dijo: Eso no debes pensar, si quieres a tu novia, debes regalarle algo. La muchacha, se cargó de razón, y se dirigió al muchacho, diciéndole: ¿Ves? Es el hombre el que le tiene que regalar a su amada, sin esperar nada a cambio. Si me quisieras me habrías hecho un regalo, aunque solo fuera un detalle. 

pareja de jovencitos enfadada
   En ese momento es cuando nuestro anciano, se dirigió a la pareja, y les dijo: Aprovechad el tiempo que estéis juntos. El amor es un sentimiento muy bonito, y vosotros que podéis, disfrutarlo. 

Ella se dirigió a nuestro anciano y le preguntó: ¿Vive su señora?

Soy soltero. -contestó el hombre muy serio. – ¿Puedo contaros una historia?

¡Siii! – contestó enseguida la chica- me encantan las historias – Y se acomodó en el banco.

Entonces, nuestro anciano, mirando al horizonte, comenzó a hablar:

   “Hace mucho tiempo, en época de Franco, allá por los años 50, del siglo pasado, conocí a una pareja, así como vosotros, que se llamaban Vicenta y Antonio, que se conocieron en un baile, y se enamoraron perdidamente... Bailaron toda la noche, y en los días siguientes se citaban, para verse. Su amor fue creciendo, y la relación se fue consolidando. Ella era de una familia acomodada, su padre tenía una posición relevante en el organigrama del ayuntamiento de la ciudad, y estaba bien posicionado. El, sin embargo, era de origen humilde, y su padre había sido encarcelado por sindicalista años atrás, y estaba marcado como rojo. Sin embargo, Antonio, era un joven honesto y responsable y quería hacer las cosas bien. Así que, después de hablarlo con Vicenta, se pusieron de acuerdo en presentarse a la familia de ella, y pedirle permiso a su padre para cortejar a su hija, y pedirle en matrimonio. Y dicho y hecho. El encuentro no tuvo de amistoso lo que el imaginaba, al contrario, fue tratado con muy malas maneras y al marcharse de la casa, lo hizo con la prohibición de volver a verla. No se conformaron con eso, siguieron viéndose en secreto, pero eso les disgustaba enormemente. Pronto se hartaron de esa situación y viendo que la cosa no tenía otra solución, decidieron fugarse juntos, y unir sus vidas en un lugar lejos de allí. Era tal el amor que sentían el uno por el otro, que no demoraron mucho la fuga. Y así lo hicieron. Sin que se enterara nadie, salieron cada uno de su casa, se citaron en un lugar indeterminado, y emprendieron el camino hacia una nueva vida los dos juntos. Pero el padre de ella denunció la desaparición de su hija, y sospechando lo que había pasado, denunció a Antonio por secuestro de su hija. La aventura no tenía visos de acabar bien. Iban en un autobús, y cuando hicieron una parada, fueron reconocidos, y quisieron detener a Antonio. El, viendo lo que pasaba, y la que se le venía encima, se dirigió a Vicenta, y le dijo. -Espérame, cariño. Volveré. A lo que ella, con lágrimas en los ojos, le respondió, -te esperaré, pero ten cuidado. Y el salió huyendo. 

el prota, huyendo

   La policía lo persiguió, durante mucho tiempo, hasta que el cruzó la frontera de Francia, y no se le volvió a ver más por aquí. Ella, se quedó en su casa sin salir, y se prometió a sí misma que lo esperaría. Y así fue. El, consiguió tener una posición estable en el extranjero, y comenzó a escribirle cartas para hacerle saber de él. Ella, las recibía con mucho cuidado, y en secreto, y fue alimentando la ilusión de que algún día se reencontrarían, y todo quedaría como una pesadilla. Pero él no podía volver a España, pues sería detenido, y acusado de secuestro y prófugo de la justicia. Ella lo animaba a que siguieran así, hasta que las cosas cambiaran. Fueron pasando los años, y siguieron esperándose el uno al otro. El amor que había entre los dos fue en aumento y la distancia y las dificultades no hicieron mella en él. Las cartas que se intercambiaban eran el hilo que los mantenían unidos. Esas cartas eran su salida a la desesperación que sentían muchas veces. A mediados de los 70, cuando Franco murió, parecía que la cosa podía cambiar, y la esperanza de un reencuentro se hizo más viable, y eso les mantuvo más ilusionados todavía. 

   Finalmente, cuando la situación política lo permitió, Antonio se decidió a dar el paso, de volver a España e ir en busca de su amada Vicenta. Y así lo organizaron. Se citaron tal día como un 14 de febrero, en un punto de encuentro muy conocido por ellos, y que les traía muchos recuerdos, de cuando estaban juntos. Y Antonio, volvió a España. 

   Pero la desgracia, también quería jugar su baza en esta historia. De camino al punto de encuentro, Antonio sufrió un accidente de coche, y quedó muy grave, de forma que quedó en coma, ingresado en un hospital, durante mucho tiempo.

   Vicenta, acudió al punto de encuentro, y esperó, y esperó. Pero allí nadie acudió. Desesperada, y después de esperar horas y horas en aquel lugar, decidió irse y escribirle a Antonio, para pedirle explicaciones de por qué no había acudido. Escribió cartas, una tras otra, y al no recibir ninguna contestación, empezó a desesperarse. La desesperación desembocó en pánico, el pánico en decepción, y finalmente en depresión. Esas cartas tan bonitas, y tan tranquilizadoras que antaño le llenaban de paz y tranquilidad, habían desaparecido. Ya no había mensajes, ni siquiera un adiós, ni una despedida. Nada. La tristeza la embargó, perdió toda la felicidad y la alegría que tenía ella de forma natural. Se encerró en sí misma, se abandonó, perdió la vitalidad, las ganas de vivir. Esas cartas la habían mantenido con vida durante todos estos años, pero sin ellas, la vida ya no tenía sentido. Y calló enferma. Y la enfermedad, se fue agravando. No comía, apenas bebía, perdió mucho peso, y eso aun agravó más su estado de salud. 

   Finalmente, era tal su estado de debilidad, y de su enfermedad, que murió en su cama, hundida, en su colchón, y solamente pudo balbucear el nombre de su amado. ¡Antonio!

   Era un 14 de febrero de un año cualquiera. Ese mismo día, en la cama de un hospital, un hombre yacía en coma, y estaba siendo monitorizado por unas máquinas, que le mantenían con vida. De pronto, abrió los ojos, y despertó. Los médicos no se lo explicaban, después de muchos meses, había despertado de un coma. El, al principio, no sabía dónde estaba, ni como era su vida. Pero su desorientación, fue pasando a control, y pronto fue consciente de la situación. Consiguió recuperarse de sus males, y en cuanto le dieron el alta, salió de aquel hospital y se dirigió al punto de encuentro por si veía a su amada. Lógicamente, no la encontró. Después, se dirigió a la que había sido su casa de siempre. Allí, le contaron lo que había sido de ella. Con una pena enorme y una gran tristeza, salió de la casa, y no supo que hacer. Tenía que verla, aunque fuera en el cementerio. Y fue al cementerio y la visitó. Postrado sobre su tumba, lloró amargamente. Vio su foto, le sonrió, la acarició, le habló como si la tuviera delante".

    El amor tan grande que sentían el uno por el otro hizo que, a pesar de las dificultades, su relación siguiera adelante. Su amor podía con todo. Menos con la muerte. Contra eso nadie puede hacer nada. Por eso, chicos, vosotros que podéis disfrutar de vuestro amor, no os peleéis, y vivir la vida y vuestro amor, con toda la energía de que seáis capaces. El amor es un sentimiento tan bonito que no merece ensuciarlo con tonterías ni con disputas.”

¡Qué historia tan bonita! -dijo la chica medio emocionada. ¿Qué fue de Antonio?

   Por lo que tengo entendido, acabó malviviendo por ahí. Intentó suicidarse alguna vez, pero no lo consiguió. Tenía alguna familia y lo acogieron, y le dieron una vida medio decente, pero no quería depender de nadie, así que desapareció, y no se ha sabido nunca más de él. 

   ¡Pues que triste! – dijo el muchacho. ¿Bueno, nos vamos? – le pregunto a su chica. Ella se levantó, y se cogió al muchacho, y se abrazaron. Se despidieron del anciano, y se fueron andando bien cogiditos. 

El anciano los siguió con la vista. Y se sonrió. Fueron alejándose poco a poco. 

   En cuanto se alejaron lo suficiente y nuestro ancianito se quedó a solas, una tórtola se posó en el banco de madera en el que estaba sentado. El la miró, y sonrió.

el prota, de abuelito sentado en un banco
   Hola Vicenta. ¿Cómo estás hoy? -Le dijo, mientras se metía la mano en el bolsillo de la chaqueta, y sacaba un pedazo de pan, para darle unas miguitas al animal. – Aquí estoy, como todos los días, a verte.-continuó hablándole a la tórtola.- Hoy es 14 de febrero, nuestro aniversario. En este, nuestro banco, donde tantos y tan bonitos recuerdos tenemos. Donde tantas veces nos hemos citado. Pronto podremos estar juntos. Los médicos me han dado poco tiempo de vida, y en la residencia me dejan hacer lo que yo quiera. Así que cuando llegue el momento te avisaré. ¡Que ganas tengo de estar contigo por fin, Vicenta! Ya basta de tanto sufrimiento. Ahora a vivir nuestro amor, por fin.

   El día era bastante frio y nublado, y enseguida empezaron a caer unos pequeños copos de nieve fina, que no impidieron que Antonio y su Vicenta permanecieran conversando un poco mas de tiempo. 


¡¡Hasta la próxima!!













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