
En el complejo tablero de la política española, una dinámica se ha vuelto casi un mantra: la izquierda en el poder parece operar bajo una premisa de infalibilidad propia. Desde el "Diario del Yeyo", he observado cómo, cuando las políticas impulsadas desde el ala progresista no arrojan los resultados esperados o incluso generan efectos negativos, la responsabilidad rara vez recae sobre el ejecutor. En su lugar, se activa una maquinaria de culpabilización externa que desvía el foco de su gestión.
La Responsabilidad Siempre Está Fuera
Es un patrón recurrente. Si la Ley de Vivienda, por poner un ejemplo, no logra bajar los precios del alquiler y, en algunos casos, incluso los encarece al reducir la oferta, la culpa no es de un diseño deficiente de la ley, o de una intervención excesiva en el mercado. No, la culpa se atribuye rápidamente a los "fondos buitre", los "grandes tenedores" o incluso a la maldad intrínseca del sistema capitalista. Como si el sistema social comunista fuera a resolver el problema de manera más eficiente. Se omite el impacto que la inseguridad jurídica, o la falta de incentivos para el propietario pueden tener en el mercado de alquiler, o incluso la falta de viviendas, para intentar igualar la demanda.
Lo mismo ocurre con la problemática de la ocupación ilegal. Hay que recordar, no lo olvidemos, que el movimiento okupa, lo creó y lo promovió, la izquierda. Si el fenómeno persiste o incluso crece, lejos de una autocrítica sobre la eficacia de la legislación o la respuesta judicial, el foco se pone en la derecha por "alarmismo" o en los "desahucios" sin ofrecer soluciones claras para proteger el derecho a la propiedad. El “relato” dice que la "derecha" exagera el problema para generar miedo, minimizando la protección de los propietarios afectados. En el fondo, todos sabemos que la izquierda, el socialismo, el comunismo, están en contra de la propiedad privada, y esta es su forma de luchar contra ella, desde dentro del sistema capitalista.
Cuando la economía no despega al ritmo deseado, o la inflación aprieta, las miradas no se dirigen hacia un gasto público descontrolado o una política fiscal que podría estar asfixiando la iniciativa privada, o incluso a unas políticas sociales desacertadas. En su lugar, el dedo acusador señala a los bancos, a las eléctricas por sus "beneficios caídos del cielo", a los grandes empresarios por su "avaricia" o, por supuesto, a la "ultraderecha" por generar inestabilidad. Se ignora que muchas de estas entidades son pilares fundamentales del sistema económico y que su funcionamiento responde también a lógicas de mercado y regulación.
El "Relato" como Escudo y la Estrategia de la División
Este mecanismo de atribución de culpas no es casual. Forma parte de la construcción de un relato político donde la izquierda se posiciona como la única fuerza moralmente correcta, la defensora de los intereses del pueblo frente a una élite malvada y reaccionaria. Cualquier fallo, entonces, no puede ser propio; debe ser una consecuencia de la resistencia de esos poderes fácticos o de la oposición de quienes no quieren el progreso.
La "derecha" y la "ultraderecha" se convierten en los chivos expiatorios perfectos. Son la encarnación de todo lo que, según este discurso, se opone al bienestar social. Da igual que se trate de políticas económicas, de convivencia o de derechos; si algo sale mal, ellos son los artífices de la "desinformación", de los famosos “bulos” o los "boicoteadores" del cambio.
Pero esta estrategia va un paso más allá. Al señalar constantemente a la derecha y la ultraderecha como enemigos de los "ciudadanos de bien", la izquierda no solo desvía la atención de sus propias fallas, sino que divide a la sociedad. Se busca generar una polarización artificial, instigando el miedo en su electorado base. La idea es simple: si no votas a la izquierda, la "reacción" o la "extrema derecha" tomará el poder y desmantelará los avances sociales, llevando a España a un pasado oscuro. Este discurso del miedo es una herramienta poderosa para fidelizar votantes, asegurando un caudal de apoyos.
Además, para alcanzar el poder o mantenerse en él, a la izquierda le basta una minoría porque cuenta con el apoyo de partidos minoritarios y soberanistas. Estas formaciones, cuyo principal objetivo es aumentar progresivamente la independencia de sus territorios respecto de España para, quizás en un futuro, aspirar a ser estados independientes, priorizan sus intereses autonómicos o nacionales. Por todo ello, el bien común del conjunto de España no figura en absoluto como su principal preocupación, sino que actúan en función de su agenda particular, lo que permite a la izquierda formar mayorías parlamentarias a cambio de concesiones. Y todos sabemos hasta que punto llegan esas concesiones.
La Perversa "Tolerancia" de la Corrupción Propia
Y por si fuera poco, la política española se ve constantemente empañada por la corrupción, una lacra que, tristemente, no entiende de ideologías, pero que mina la credibilidad de todo el sistema. En los últimos tiempos, diversos casos han vuelto a poner de manifiesto cómo las redes de influencias y los intereses económicos pueden entrelazarse con la gestión pública, generando un profundo malestar entre la ciudadanía.
Lo más grave, y perverso, es la tentación de la izquierda de sugerir que su propia corrupción es, de algún modo, más tolerable o menos dañina que la que pueda venir de la derecha. Bajo este argumento falaz, se intenta justificar o minimizar los escándalos que les salpican, apelando a que "al menos" sus gobiernos defienden a los más vulnerables o impulsan políticas sociales, frente a las derechas, que en su criterio, quieren no menos que resucitar a Franco. Esta peligrosa relativización de la ética no solo divide aún más a los ciudadanos, sino que les insinúa la idea de que hay una "corrupción buena" si proviene del bando ideológicamente afín. Es un golpe directo a la igualdad ante la ley y a la exigencia de transparencia que todo partido en el poder debería cumplir, generando una doble moral que solo beneficia a los corruptos y deteriora la confianza en las instituciones.
¿Una Estrategia Sostenible?
La pregunta que me hago en el "Diario del Yeyo" es si esta estrategia de "nunca admitir un error propio y culpar al ajeno", junto con la polarización social y la sombra de la corrupción –especialmente cuando se busca minimizar la propia–, es sostenible a largo plazo. Si bien puede cohesionar a la base electoral propia y desmovilizar a una parte de la oposición, también puede generar una creciente desafección en una ciudadanía que, al final, ve que sus problemas no se resuelven y que las excusas se multiplican.
La política, para ser efectiva, requiere no solo de buenas intenciones, sino de resultados tangibles. Y cuando esos resultados no llegan, o son contraproducentes, señalar siempre al "otro" puede desgastar la credibilidad y la confianza. Al final, la gente espera soluciones, no solo justificaciones. Y lo que es más importante, esperan una clase política que trabaje unida por el bien común, en lugar de dividir para vencer, y que sea intachable en su gestión de los recursos públicos.
Moraleja: ¡Que No Nos Tomen por Idiotas!
Ante este panorama, ante la falta de ética, compromiso, y competencia, la única responsabilidad que queda, recae también sobre nosotros, los ciudadanos. Para evitar que nos sigan tomando por idiotas, es fundamental adoptar una postura crítica y activa:

- Cuestiona el relato oficial: No aceptes narrativas cerradas o simplistas a pies juntillas, desconfía por norma.
- Cuando escuches una excusa, pregúntate por los datos, por las alternativas y por la autocrítica ausente. Un buen político debería ser capaz de reconocer un error y corregirlo.
- Exige resultados, no solo intenciones: Las buenas intenciones son importantes, pero no se vive de buenas intenciones. Al final, lo que cuenta, y lo que debe decidir si un gobierno sigue o no, es la mejora en la vida real de las personas. Analiza si las políticas están logrando sus objetivos o si, por el contrario, están generando más problemas de los que resuelven.
- Huye de la polarización inducida: Desconfía de quienes intentan dividirnos entre "buenos" y "malos" según la ideología. Desconfía de aquel que te dice: “O estás conmigo o estás contra mí”. La sociedad es compleja, y las soluciones a sus problemas raramente vienen de la confrontación constante. Evita caer en la trampa del miedo que busca inmovilizar tu voto.
- La corrupción es corrupción, sin matices: No hay corrupción de izquierdas, “menos grave”, o de derechas. Cualquier desvío de dinero público o abuso de poder es intolerable y debe ser denunciado y castigado con la misma contundencia, venga de donde venga. Exige transparencia y rendición de cuentas a todos por igual. Quiero insistir en ello, “a todos por igual”. Recuerdo, hace algunos años, cuando eran los corruptos del PP, y les exigimos responsabilidades; ahora es a estos a quienes debemos exigirles lo mismo. No debemos conformarnos con el mantra de que todos son iguales, todos roban. No debemos cansarnos de la crítica a la corrupción, sigamos exigiendo transparencia, sigamos exigiendo rendición de cuentas, y sigamos luchando contra la corrupción desde nuestras humildes, pero poderosas posiciones.
- Infórmate y contrasta: No te quedes con una sola fuente o un único medio de comunicación. Busca información diversa, contrasta opiniones y forma tu propio criterio. La ciudadanía informada es la mejor vacuna contra la manipulación y el intento de infantilizar el debate político.
Solo asumiendo esta responsabilidad individual podremos exigir a nuestros representantes la misma madurez, honestidad y compromiso con el conjunto de la sociedad. No se trata de cambiar de bando sin más, sino de exigir que, gobierne quien gobierne, la prioridad sea el bien común, la eficacia en la gestión y el respeto por todos los ciudadanos, sin divisiones artificiales ni excusas ideológicas.
¡¡Hasta la próxima!!
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